Los osos negros y los adictos a la televisión

Este verano, unos amigos que viven a pocos kilómetros de nosotros en la Montana rural, en la parte occidental de los Estados Unidos, tuvieron que interrumpir la cena, cuando un oso negro salió de entre los árboles. Se metieron dentro de la casa y lo contemplaron, mientras se acercaba a la mesa, lamía los platos hasta dejarlos limpios y después se bebía dos latas de cerveza.

En los días siguientes, el oso volcó los cubos de la basura de dos vecinos y aterró a los nińos y a los animales domésticos. Guardas del Servicio Forestal instalaron una jaula y pusieron panceta dentro de ella, con lo que no tardaron en atrapar el oso y transportarlo hasta una zona totalmente deshabitada a 30 kilómetros de distancia. Antes de soltarlo, le pusieron una etiqueta para que se viese que había causado problemas. “Por desgracia”, dijo un guarda forestal, “ese oso puede estar de vuelta aquí aun antes de que regrese nuestro camión. Una vez que le cogen gusto a la panceta y a la cerveza, no hay quien los mantenga alejados”. Si un oso con una etiqueta es sorprendido dos o más veces causando problemas, los guardas forestales tienen orden de matarlo.

Resulta fácil sentir pena por un animal que descubre un alimento muy sabroso y no puede resistir la tentación de conseguir más de la forma más fácil. El oso no tiene idea de que sus días están contados, a no ser que permanezca en el bosque y para alimentarse cace de la forma tradicional, pero aquel oso seguía la inclinación que la selección natural había programado en sus genes: los alimentos con elevado contenido de proteínas y azucares son buenos para ti y cuanta menos energía gastes para conseguirlos, mejor.

Eso el oso lo sabe perfectamente. No tuvo oportunidad –y probablemente nunca la tenga- de saber que las mesas con meriendas campestres y los cubos de basura son defendidos por guardas forestales con órdenes de matar. Los seres humanos somos mucho más afortunados, porque sabemos lo que es bueno y lo que es malo para nosotros. Las cosas que tienen buen sabor, pero causarán nuestra perdición, no pueden atraparnos tan fácilmente.

Pero, en realidad, la mayoría de nosotros no somos diferentes de ese oso. La mayoría de las personas saben que las dietas con alto contenido en grasa, demasiado alcohol, tabaco, sexualidad promiscua y drogas recreativas, si bien son agradables, pueden arruinar su salud. Y, sin embargo, no podemos resistirnos al seńuelo del cubo de la basura y sus delicias, pero al menos se nos han hecho claras advertencias sobre los peligros de semejantes hábitos, por lo que las personas que quieren aprovechar esos conocimientos pueden eludir la trampa que representan.

Hay otros placeres potencialmente dańinos en el ambiente que son menos conocidos, pero no menos destructivos que los que sí que lo son. Uno de los más seductores de esos placeres –y, por tanto, uno de los más peligrosos- es la televisión.

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La televisión es atractiva para la estructura del sistema nervioso humano: nuestro cerebro está hecho para absorber información y seguir cambios rápidos en el campo sensorial. La televisión los brinda en mordiscos fácilmente digeribles y suntuosamente preparados.

El cambio constante y la apariencia de emoción absorben la atención de los teleespectadores. No tiene comparación con la Capilla Sixtina: la mayoría de los nińos se aburrirán al cabo de diez minutos con los frescos de Miguel Ángel, pero contemplarán el anuncio de un detergente con un interés fascinado.

Todo esto es aplicable al funcionamiento de ese medio, sin tener en cuenta su contenido. El contenido refuerza, a su vez, las cualidades seductoras de ese medio, al ofrecer raciones generosas de sexo, violencia, consuelo facilón y otros materiales a los que nuestra constitución genética nos hace receptivos, pero que en grandes dosis privan de la capacidad para llevar vidas serenas y productivas.

De hecho, ahora las pruebas de que la contemplación de la televisión es un hábito peligroso han alcanzado tales proporciones, que resulta asombroso que no se hayan aprobado advertencias más severas y una prevención más eficaz. Entre las muchas conclusiones resultantes de las investigaciones, figura la de que contemplar demasiada televisión induce a la pasividad, en el nivel del funcionamiento neural y del comportamiento, obstaculiza el aprendizaje en los nińos y reduce la participación política y cívica. También induce un comportamiento agresivo en los nińos y produce estados de ánimo negativos, como, por ejemplo, la tristeza y la sensación de soledad. Además, no hay pruebas de beneficios que contrarresten esos efectos negativos.

Cuando la televisión estaba en su infancia, muchos pensadores y, como no era de extrańar, productores de televisión describieron el futuro de ese medio en términos elogiosos: la televisión nos mantendría informados, nos divertiría y nos impartiría cultura; fortalecería los lazos familiares y las virtudes cívicas.

Nada de eso ocurrió. Incluso el valor informativo de la televisión resultó ser un sueńo: con frecuencia las personas y las comunidades que ven con frecuencia la televisión saben mucho menos de lo que ocurre en el mundo que los auditorios comparables que no la ven.

El único efecto claramente positivo de la contemplación de la televisión es que las personas se sienten relajadas mientras lo hacen y muchas personas están dispuestas a cambiar por esa relajación las cosas más placenteras y útiles que podrían hacer en su lugar. Como el oso que aprendió a llenar su estómago cómodamente, se sienten satisfechas de verse entretenidas sin tener que hacer esfuerzos.

Naturalmente, la televisión puede ser agradable, cuando se consume en pequeńas dosis y con discernimiento. Del mismo modo que beber una o dos copas de vino, ayuda a la digestión y aclara la mente. Pero quienes pasan horas contemplándola todas las noches, con un control cada vez menor de su atención y obteniendo progresivamente menos placer de lo que contemplan corren el peligro de quedar tan cautivados por ella como un alcohólico que sólo se siente vivo cuando olvida la realidad. Ningún oso, si supiera lo que nosotros hacemos, caería en esa trampa.

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