LONDRES – La muerte de Osama bin Laden en su escondite paquistaní es como la remoción de un tumor del mundo musulmán. Pero hará falta una terapia agresiva de seguimiento para impedir que las restantes células de Al Qaeda no hagan metástasis adquiriendo más seguidores que creen en la violencia para alcanzar la “purificación” y el fortalecimiento del Islam.
Afortunadamente, la muerte de Bin Laden se produce en el preciso momento en que gran parte del mundo islámico está convulsionado por el trato que exige la marca de fanatismo de Bin Laden: la Primavera Árabe, con sus demandas de fortalecimiento democrático (y la ausencia de demandas, al menos hasta ahora, del tipo de régimen islámico que Al Qaeda pretendía imponer).
¿Pero acaso las democracias nacientes que se están construyendo en Egipto y Túnez, y que se persiguen en Bahrein, Libia, Siria y Yemen, entre otras partes, pueden acabar con las amenazas planteadas por los extremistas islámicos? En particular, ¿se puede derrotar el pensamiento salafí/wahabí que viene alimentando a Osama bin Laden y los de su clase desde hace tiempo, y que sigue siendo la ideología profesada y protegida de Arabia Saudita?
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