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El poder acallado de Ban Ki-moon

NUEVA YORK – Días después de que el gobierno de Sri Lanka derrotara a su enemigo de larga data, los Tigres del Tamil, en el mes de mayo, el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, voló a la capital del país, Colombo, en una visita de 24 horas para instigar a su presidente a abrir sus campos de refugiados a los grupos de ayuda internacional. Fue un viaje urgente más de Ban a una capital azolada por la guerra, como parte de sus obligaciones regulares como principal representante de las Naciones Unidas, en busca de defender la paz y restablecer el respeto global.

Ahora bien, ¿quién estaba realmente al tanto de esta última incursión en una región en problemas por parte del jefe de la ONU? No muchos. Ban, que acaba de pasar la mitad de su mandato de cinco años en el cargo, hasta el momento no ha logrado que una gran audiencia mundial preste atención a sus actividades. Esto se debe, en parte, a razones estilísticas, pero también a los caprichos de la diplomacia de las Naciones Unidas.

Aún con su estilo tranquilo, Ban le está dedicando más de un tercio de su tiempo a las giras, y ha logrado mucho en el transcurso de los últimos 30 meses. En Darfur, logró que los mediadores de Unión Africana ingresaran a la zona de masacres de Sudán en su primer año en el cargo a través de una intensa diplomacia en bambalinas. Aunque el proceso político se ha estancado desde entonces, presionó para que hubiera más mediadores y helicópteros.

En Kosovo, Ban pudo bajarle la temperatura a la cuestión candente de la independencia de la provincia. Persuadió a la Unión Europea y a Estados Unidos de autorizar una supervisión continua de la ONU en Kosovo al mismo tiempo que se daba lugar gradualmente el autocontrol -todo sin desatar confrontaciones peligrosas con los dos estados que se oponen a su separación, Serbia y su aliado cercano, Rusia.

En Myanmar, a pesar de la dura resistencia del régimen militar, Ban presionó a las autoridades para que permitieran ingresar a la ayuda humanitaria después de que el ciclón Nargis devastara al país el año pasado. Sus súplicas públicas y privadas, entre ellas decenas de llamadas telefónicas y reuniones, salvaron quizá medio millón de vidas. Hoy, continúa con su llamamiento a la liberación del líder democrático Aung San Suu Kyi.

En Haití, que todavía es víctima del subdesarrollo, la agitación política y los efectos de los huracanes destructivos, Ban nombró al ex presidente norteamericano Bill Clinton como su Representante Especial para ocuparse de la situación del país. Esto se produjo después de dos visitas que hizo a Haití en los últimos 18 meses y una conferencia de donantes que patrocinó en abril, cuyo objetivo era intentar recaudar 300 millones de dólares en ayuda e inversión.

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Más recientemente, Ban adoptó un papel activo en la crisis de Gaza. Con frecuencia ha defendido los derechos de los palestinos a un estado, pero también condenó los ataques con cohetes de Hamas en el sur de Israel. Durante los combates en Gaza, exigió públicamente el alto a la guerra y que Israel abriera las fronteras de Gaza a la ayuda humanitaria. También visitó el complejo de la ONU en el centro de Gaza para expresar la seria preocupación de la ONU por su bombardeo.

Ban ha adoptado una posición de liderazgo frente al problema del calentamiento global. Abordó la cuestión en la Conferencia de Bali de 2007, la convirtió en una de sus preocupaciones centrales en las Naciones Unidas e intentará forjar un nuevo acuerdo entre todos los estados globales en la Conferencia de la ONU en Copenhague en diciembre de 2009.

Y avanzó en el terreno de la salud. Aceleró los esfuerzos para eliminar el antiguo flagelo más peligroso del mundo, la malaria, nombrando a un asesor especial sobre la enfermedad, y forjando asociaciones innovadoras dentro del sistema de la ONU que han unido a la industria privada, fundaciones y organizaciones no gubernamentales. Su campaña ya ha ayudado a reducir la incidencia de la malaria.

El problema de Ban reside en su modo tímido, que se destaca en marcado contraste del de su antecesor, Kofi Annan, un secretario general majestuoso que dominó la escena a través de su talento natural, su elocuencia y su poder estelar. Ban, en cambio, no es ni carismático ni un orador inspirador -de hecho, su inglés no es tan bueno como el de Annan-. A su manera, sin embargo, es un hombre amable y agradable, conocedor de los íconos culturales contemporáneos e incluso dado a cantar en ocasiones públicas con letras y versos irónicos.

No obstante, Ban a veces es criticado por no hacer más, por no escuchar lo suficiente o por diferir demasiado a los cinco países más grandes en el Consejo de Seguridad. Uno de los principales reclamos es que comunicarse con él puede resultar difícil. Ban invariablemente asiente con la cabeza en señal de acuerdo sin ofrecer lineamientos claros. Otros dicen que todavía tienen que demostrar que es un buen gestor y debe ejercer mayor presión para lograr reformas de gestión internas en la ONU. Ban, a su vez, ha reprendido abiertamente a los estados miembro por no darle suficientes recursos. Pero, no importa quién tenga razón, pocos críticos tienen en cuenta que él, al igual que todos los ex jefes ejecutivos de la ONU, tiene que enfrentar la realidad de que sólo tiene poder moral, no económico, ni militar ni político.

Aún así, a lo largo de su mandato Ban constantemente manifestó instintos progresistas frente a los temas, a pesar del hecho de que su candidatura originariamente fue promovida por un gobierno chino autoritario y un enviado norteamericano de derecha a la organización, John Bolton. Al final, debería medírselo por lo que ha logrado y no por las debilidades personales o la simpleza de estilo.

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