CAMBRIDGE – Usted ya ha oído hablar de esto antes: las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) son demasiado altas como para impedir cambios catastróficos para nuestro clima. Es preciso concientizar a los países, a las empresas y a las familias sobre la fragilidad del planeta en el que vivimos.
Para abordar el problema, los analistas están abocados a estimar el costo de la transición energética, y los inversores preocupados por los criterios ESG están organizando vehículos financieros para financiar proyectos verdes. Son cada vez más los economistas que quieren gravar al carbono para fomentar su sustitución. Otros se centran en garantizar que los costos del cambio a energías limpias no recaigan de manera desproporcionada en los países en desarrollo que, según se espera, renunciarán a las fuentes de energía barata (aunque sucia) a pesar de ser responsables de muchas menos emisiones de GEI -tanto históricamente como en la actualidad- que sus contrapartes desarrollados. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) les pide a los países que anuncien sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC por su sigla en inglés) y espera que la presión social los obligue a cumplir con esas promesas.
Todas estas estrategias para promover la transición a energías limpias -persuasión moral, señales de precios y financiamiento adicional- tienen algo en común: se centran en fomentar la demanda global por descarbonización.
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While Europe bears disproportionate historical responsibility for climate change, it accounts for just 7.5% of global emissions today, meaning that the actions taken within the EU can have only a limited impact on the world’s climate. In fact, the only solution to climate change is a global one.
reiterates the EU’s commitment to advancing mitigation and adaptation, at home and globally.
Rather than reducing concentrated market power through “disruption” or “creative destruction,” technological innovation historically has only added to the problem, by awarding monopolies to just one or a few dominant firms. And market forces offer no remedy to the problem; only public policy can provide that.
shows that technological change leads not to disruption, but to deeper, more enduring forms of market power.
CAMBRIDGE – Usted ya ha oído hablar de esto antes: las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) son demasiado altas como para impedir cambios catastróficos para nuestro clima. Es preciso concientizar a los países, a las empresas y a las familias sobre la fragilidad del planeta en el que vivimos.
Para abordar el problema, los analistas están abocados a estimar el costo de la transición energética, y los inversores preocupados por los criterios ESG están organizando vehículos financieros para financiar proyectos verdes. Son cada vez más los economistas que quieren gravar al carbono para fomentar su sustitución. Otros se centran en garantizar que los costos del cambio a energías limpias no recaigan de manera desproporcionada en los países en desarrollo que, según se espera, renunciarán a las fuentes de energía barata (aunque sucia) a pesar de ser responsables de muchas menos emisiones de GEI -tanto históricamente como en la actualidad- que sus contrapartes desarrollados. La Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) les pide a los países que anuncien sus Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC por su sigla en inglés) y espera que la presión social los obligue a cumplir con esas promesas.
Todas estas estrategias para promover la transición a energías limpias -persuasión moral, señales de precios y financiamiento adicional- tienen algo en común: se centran en fomentar la demanda global por descarbonización.
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