WASHINGTON, DC – Si usted lee las noticias diarias, puede pensar que el mundo está en declive, y es comprensible. En un contexto de conflictos y tensiones sociales, la Organización de las Naciones Unidas advierte una y otra vez que de los Objetivos de Desarrollo Sostenible u ODS (las metas económicas, sociales y ambientales aprobadas por todos los países en 2015), sólo el 17% va camino de cumplirse en 2030, según lo acordado. De allí que muchos se pregunten si los ODS todavía sirven de algo. Pero en lugar de hundirnos en el pesimismo, haríamos mejor en discernir las áreas en las que el mundo hace avances sostenidos, dónde parece estar en piloto automático y dónde hay un retroceso real o nos acercamos a un punto de inflexión hacia un retroceso.
Es lo que nos propusimos hacer en un estudio reciente con nuestra colega Odera Onyechi, en el que procuramos estimar los avances país por país. Uno de nuestros hallazgos principales es que muchos de los indicadores siguen la misma senda de avance anterior a 2015. Pero los ODS se deben evaluar teniendo en cuenta el grado de su ambición. No se los adoptó con el mero objetivo de consolidar pautas ya establecidas de progreso hacia sociedades más prósperas, inclusivas y sostenibles, sino para acelerar esas pautas lo más posible. El ODS 5, por ejemplo, no se contenta con pedir que continúe el viaje multisecular hacia la igualdad de género; más bien, y con razón, pide un cambio acelerado y transformador que permita alcanzar la total igualdad de género en 2030.
Pero aunque el ritmo de progreso sea insuficiente para hacer realidad los compromisos acordados por los 193 países, no quiere decir que todo vaya de mal en peor. En nuestro estudio examinamos 24 indicadores nacionales vinculados con los ODS, y nos hicimos una pregunta básica: ¿ha mejorado la situación desde 2015? Hallamos mejoras mundiales en 18 indicadores, que van desde la ampliación de áreas marinas protegidas hasta un mayor acceso a agua y saneamiento. Estos logros no disminuyen el dolor por el retroceso en los otros seis indicadores (sobre todo los vinculados con el hambre y la seguridad alimentaria, por no hablar de las terribles consecuencias sanitarias y educativas de la pandemia de COVID‑19). Pero son prueba de que al evaluar los avances hacia los ODS, tenemos que hacer un análisis más diferenciado.
Cuando tratamos de discernir qué tendencias han cambiado desde que se aprobaron los ODS en 2015, los resultados de nuestra investigación no son tan brillantes. Las áreas donde es evidente una aceleración del progreso son la incidencia del VIH, la cobertura de tratamientos antirretrovirales para el SIDA y el acceso a electricidad. Lo relacionado con el SIDA incluye avances extraordinarios en países de bajos ingresos con limitaciones de infraestructura, por ejemplo Sierra Leona y la República Democrática del Congo. Tratándose de un problema global para el que a principios de los 2000 no había ninguna respuesta oficial sistemática, es un progreso notable para la humanidad.
Pero en otros ocho indicadores no encontramos cambios en el ritmo de progreso a largo plazo, y observamos signos de desaceleración en nueve. (Hay cuatro indicadores para los que no tenemos datos anteriores a 2015 que nos permitan evaluar cambios a largo plazo). La conclusión de esto es que la situación respecto de los ODS no se puede resumir en una sola palabra. La mayoría de los países está mejor en algunos temas y peor en otros; esto señala la necesidad de hacer un análisis más equilibrado al momento de clasificar éxitos y fracasos.
Además, algunos retrocesos eran previsibles. La pandemia provocó un claro aumento inmediato en los índices de pobreza extrema, aunque ese efecto ya ha desaparecido en su mayor parte. A pesar de las numerosas alteraciones globales de los últimos años, vemos que el problema central sigue siendo el mismo: la pobreza extrema sigue concentrada en aquellos países que ya estaban luchando por reducirla.
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En algunas áreas, el ritmo de progreso aparente no es un indicador fiel de la realidad. Por ejemplo, en lo referido al medioambiente, los cambios anuales en indicadores como la superficie de áreas protegidas o la emisión de gases de efecto invernadero no nos dicen mucho respecto del riesgo de superar puntos de inflexión catastróficos. Cuando uno está en un coche que corre hacia un acantilado, no hay que prestarle demasiada atención al velocímetro, lo importante es frenar a tiempo. Predecir con precisión los puntos de inflexión es imposible, pero hay cada vez más pruebas de que muchos límites planetarios ya los hemos cruzado. Estamos muy lejos del objetivo de mantener el calentamiento global dentro de 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales o de preservar la naturaleza como es debido para poner fin al riesgo de extinción masiva.
Algunos otros temas relacionados con los ODS admiten interpretaciones contrapuestas. Un ejemplo es el desafío de la mortalidad infantil. Entre 2015 y 2022, la cifra anual de muertes de niños de menos de cinco años se redujo en más de un millón (de 6,1 millones a 4,9 millones). Pero las tendencias nacionales que impulsaron esta reducción no son uniformes. En veinte países en desarrollo el avance fue más rápido, mientras que en más de cuarenta sucedió lo contrario. De continuar las tendencias actuales, sesenta países no llegarán a 2030 con menos de 25 muertes por cada mil nacidos vivos, como estipulan los ODS, y de aquí al plazo fijado, la diferencia respecto de la meta supone más de diez millones de muertes.
Es natural sentir esperanza por los avances y preocupación por los desafíos. Hay que señalar que al final de esta década, puede que más de la mitad de las muertes infantiles en exceso se concentre en tres países: Nigeria, Pakistán y la RDC. No es por lo tanto inconcebible que mediante un esfuerzo internacional concertado podamos ayudar a los gobiernos locales a lograr avances que cambien en forma radical el panorama global.
En general, una evaluación matizada de los ODS puede darnos motivos de esperanza, y al mismo tiempo el realismo sosegado que demandan las condiciones actuales. Los avances en tecnología (desde nuevas intervenciones en atención médica hasta el uso del dinero digital para proveer ayuda a las personas necesitadas incluso en los entornos más difíciles del mundo) siguen impulsando nuevas formas de progreso. Y cuando las instituciones, la financiación y los sistemas de gobernanza transparentes van todos en la misma dirección, el progreso se puede acelerar.
El mundo está lleno de señales de advertencia, y muchos seres humanos todavía soportan una carga extraordinaria. Pero a pesar de las grandes alteraciones globales de la década de 2020, en general seguimos avanzando, aunque con demasiada lentitud, hacia las metas que nos hemos planteado. No hay motivos para perder las esperanzas. El problema no es que todo vaya de mal en peor, sino que hay muchas cosas que no mejoran más rápido que antes.
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In recent years, a growing chorus of academics and policymakers has sounded the alarm over the systemic dysfunction of the US tech sector. Yet, despite the high drama of congressional hearings with Big Tech CEOs and a cascade of bills promising comprehensive reforms, the results have been disappointing.
worry that in its bid to outcompete China, the US risks stifling its own potential for innovation.
As Germany and France head into another year of near-zero growth, it is clear that Keynesian stimulus alone cannot pull them out of their current malaise. To regain the dynamism and flexibility needed to weather US President-elect Donald Trump’s tariffs, Europe’s largest economies must pursue far-reaching structural reforms.
explains why the EU’s long-term economic slump is not likely to end anytime soon.
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WASHINGTON, DC – Si usted lee las noticias diarias, puede pensar que el mundo está en declive, y es comprensible. En un contexto de conflictos y tensiones sociales, la Organización de las Naciones Unidas advierte una y otra vez que de los Objetivos de Desarrollo Sostenible u ODS (las metas económicas, sociales y ambientales aprobadas por todos los países en 2015), sólo el 17% va camino de cumplirse en 2030, según lo acordado. De allí que muchos se pregunten si los ODS todavía sirven de algo. Pero en lugar de hundirnos en el pesimismo, haríamos mejor en discernir las áreas en las que el mundo hace avances sostenidos, dónde parece estar en piloto automático y dónde hay un retroceso real o nos acercamos a un punto de inflexión hacia un retroceso.
Es lo que nos propusimos hacer en un estudio reciente con nuestra colega Odera Onyechi, en el que procuramos estimar los avances país por país. Uno de nuestros hallazgos principales es que muchos de los indicadores siguen la misma senda de avance anterior a 2015. Pero los ODS se deben evaluar teniendo en cuenta el grado de su ambición. No se los adoptó con el mero objetivo de consolidar pautas ya establecidas de progreso hacia sociedades más prósperas, inclusivas y sostenibles, sino para acelerar esas pautas lo más posible. El ODS 5, por ejemplo, no se contenta con pedir que continúe el viaje multisecular hacia la igualdad de género; más bien, y con razón, pide un cambio acelerado y transformador que permita alcanzar la total igualdad de género en 2030.
Pero aunque el ritmo de progreso sea insuficiente para hacer realidad los compromisos acordados por los 193 países, no quiere decir que todo vaya de mal en peor. En nuestro estudio examinamos 24 indicadores nacionales vinculados con los ODS, y nos hicimos una pregunta básica: ¿ha mejorado la situación desde 2015? Hallamos mejoras mundiales en 18 indicadores, que van desde la ampliación de áreas marinas protegidas hasta un mayor acceso a agua y saneamiento. Estos logros no disminuyen el dolor por el retroceso en los otros seis indicadores (sobre todo los vinculados con el hambre y la seguridad alimentaria, por no hablar de las terribles consecuencias sanitarias y educativas de la pandemia de COVID‑19). Pero son prueba de que al evaluar los avances hacia los ODS, tenemos que hacer un análisis más diferenciado.
Cuando tratamos de discernir qué tendencias han cambiado desde que se aprobaron los ODS en 2015, los resultados de nuestra investigación no son tan brillantes. Las áreas donde es evidente una aceleración del progreso son la incidencia del VIH, la cobertura de tratamientos antirretrovirales para el SIDA y el acceso a electricidad. Lo relacionado con el SIDA incluye avances extraordinarios en países de bajos ingresos con limitaciones de infraestructura, por ejemplo Sierra Leona y la República Democrática del Congo. Tratándose de un problema global para el que a principios de los 2000 no había ninguna respuesta oficial sistemática, es un progreso notable para la humanidad.
Pero en otros ocho indicadores no encontramos cambios en el ritmo de progreso a largo plazo, y observamos signos de desaceleración en nueve. (Hay cuatro indicadores para los que no tenemos datos anteriores a 2015 que nos permitan evaluar cambios a largo plazo). La conclusión de esto es que la situación respecto de los ODS no se puede resumir en una sola palabra. La mayoría de los países está mejor en algunos temas y peor en otros; esto señala la necesidad de hacer un análisis más equilibrado al momento de clasificar éxitos y fracasos.
Además, algunos retrocesos eran previsibles. La pandemia provocó un claro aumento inmediato en los índices de pobreza extrema, aunque ese efecto ya ha desaparecido en su mayor parte. A pesar de las numerosas alteraciones globales de los últimos años, vemos que el problema central sigue siendo el mismo: la pobreza extrema sigue concentrada en aquellos países que ya estaban luchando por reducirla.
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Algunos otros temas relacionados con los ODS admiten interpretaciones contrapuestas. Un ejemplo es el desafío de la mortalidad infantil. Entre 2015 y 2022, la cifra anual de muertes de niños de menos de cinco años se redujo en más de un millón (de 6,1 millones a 4,9 millones). Pero las tendencias nacionales que impulsaron esta reducción no son uniformes. En veinte países en desarrollo el avance fue más rápido, mientras que en más de cuarenta sucedió lo contrario. De continuar las tendencias actuales, sesenta países no llegarán a 2030 con menos de 25 muertes por cada mil nacidos vivos, como estipulan los ODS, y de aquí al plazo fijado, la diferencia respecto de la meta supone más de diez millones de muertes.
Es natural sentir esperanza por los avances y preocupación por los desafíos. Hay que señalar que al final de esta década, puede que más de la mitad de las muertes infantiles en exceso se concentre en tres países: Nigeria, Pakistán y la RDC. No es por lo tanto inconcebible que mediante un esfuerzo internacional concertado podamos ayudar a los gobiernos locales a lograr avances que cambien en forma radical el panorama global.
En general, una evaluación matizada de los ODS puede darnos motivos de esperanza, y al mismo tiempo el realismo sosegado que demandan las condiciones actuales. Los avances en tecnología (desde nuevas intervenciones en atención médica hasta el uso del dinero digital para proveer ayuda a las personas necesitadas incluso en los entornos más difíciles del mundo) siguen impulsando nuevas formas de progreso. Y cuando las instituciones, la financiación y los sistemas de gobernanza transparentes van todos en la misma dirección, el progreso se puede acelerar.
El mundo está lleno de señales de advertencia, y muchos seres humanos todavía soportan una carga extraordinaria. Pero a pesar de las grandes alteraciones globales de la década de 2020, en general seguimos avanzando, aunque con demasiada lentitud, hacia las metas que nos hemos planteado. No hay motivos para perder las esperanzas. El problema no es que todo vaya de mal en peor, sino que hay muchas cosas que no mejoran más rápido que antes.
Traducción: Esteban Flamini