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¿La hora de Asia?

NUEVA YORK - Mientras Asia emerge de la crisis económica global más rápidamente que el resto del mundo, es cada vez más claro que el centro de gravedad mundial está pasando del Atlántico al Pacífico. Igual de evidente es el hecho de que los estados asiáticos no están preparados aún para asumir un liderazgo más significativo en los asuntos globales, algo que es necesario para asegurar que este cambio tectónico pueda dar más estabilidad y seguridad al mundo. Hoy tienen la enorme oportunidad de ponerse a la altura del desafío.

Los signos del ascenso de Asia son incontrovertibles. A lo largo de los últimos cinco años, a contribución de China al crecimiento del PGB mundial ha aumentado de manera continua, pasando de un quinto a un tercio, y en el caso de India la cifra es de aproximadamente 6% a un 16%. Considerando su creciente significación en la economía, la política y el medio ambiente mundiales, hoy es imposible imaginar un acuerdo internacional de importancia sin que China, Japón e India lo suscriban.

En particular, China ha surgido como contraparte clave a los Estados Unidos en casi todos los foros mundiales de importancia, así como en las plataformas internacionales para tratar asuntos trasnacionales fundamentales, como las Conversaciones a Seis Bandas con Corea del Norte, el G-20, y las conversaciones acerca del cambio climático. Algunos incluso llaman a crear un G-2 entre Estados Unidos y China.

El nuevo peso de Asia resulta muy prometedor. Por ejemplo, si el consumo interno asiático aumenta, el crecimiento económico global dependerá mucho menos del sobreconsumo de unos estadounidenses cargados de deudas, lo que ayudaría a todas las economías. Si los países asiáticos, aparte de Japón, se comprometen a establecer límites a las emisiones globales de gases que causan el efecto invernadero, será posible llegar a un acuerdo global sobre el cambio climático en la Cumbre de Copenhague, que se llevará a cabo en diciembre, incluso si los límites de los países asiáticos en desarrollo se implementan de modo más gradual que los del mundo desarrollado.

Más aún, si China, India y los estados del ASEAN toman la iniciativa de la promoción de una resolución justa para el pueblo de Birmania/Myanmar, o si China se muestra dispuesta a presionar a Corea del Norte acerca de las armas nucleares, estos estados demostrarán que un mundo con varios centros de gravedad puede ser más seguro que uno guiado por una sola superpotencia.

Los críticos del historial de Estados Unidos como potencia hegemónica global argumentan apasionadamente contra un mundo unipolar. Las intervenciones estadounidenses en Vietnam e Irak, su oposición al Protocolo de Kyoto y su insaciable consumo de recursos naturales, su papel en la creación de la actual crisis financiera, los abusos en Abu Ghraib, y muchos otros asuntos son prueba de las imperfecciones de su accionar.

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Sin embargo, el legado de Estados Unidos de liderazgo global a lo largo de las seis últimas décadas, con todas sus falencia, no tiene precedentes en su relativa benevolencia e impacto positivo. Estados Unidos impulsó la creación de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, y las leyes internacionales de derechos humanos y asuntos humanitarios. Resucitó a sus enemigos de la Segunda Guerra Mundial e impulsó el desarrollo económico en países de todo el mundo, además de establecer un marco general de seguridad que ayudó a Europa y Asia en centrarse más en la diplomacia y el crecimiento económico que en la competencia militar. Abrió sus mercados y cimentó las bases de la globalización y la revolución de la información, mantuvo las rutas marítimas abiertas para el comercio internacional y catalizó la Revolución Verde... La lista suma y sigue,

Sin embargo, Estados Unidos, debilitado por la crisis financiera, profundamente endeudado con otros países, empantanado en Irak y enfrentado a importantes retos en Afganistán y Pakistán, ya no puede estar en la misma posición indisputada para liderar la comunidad internacional, incluso bajo el inspirador liderazgo de Barack Obama.

A pesar de la creciente perspectiva de un mundo multipolar con potencias asiáticas que jueguen un mayor papel ante los retos globales y compartan el liderazgo con un cauteloso Estados Unidos, ese mundo aún no existe. Puede que Estados Unidos esté reconociendo sus límites, pero todavía no ha surgido un nuevo sistema para tomar el relevo. Si los estados asiáticos han de jugar este papel, deben hacer mucho más para enfrentar sus propios retos regionales y promover un conjunto de normas positivas y universales.

Por ejemplo, los estados asiáticos podrían hacer mucho más para enfrentar el peligroso nacionalismo que persiste en su continente. A diferencia de Europa, que en gran parte ha disipado los fantasmas históricos después de 1945, continúan sumidos en nacionalismos decimonónicos que debilitan la colaboración y hace que la región sea más peligrosa de lo que debería ser. China y Japón, Japón y Corea, India y Pakistán, Singapur y Malasia, y varios otros pares de estados se vinculan en algunos niveles, pero siguen peligrosamente divididos en otros.

Más aún, los estados asiáticos podrían ser mucho más asertivos en cuanto a abordar problemas humanitarios en sus propias áreas de influencia -especialmente en lugares como Birmania y Corea del Norte- y en adoptar actitudes proactivas en las negociaciones para paliar el cambio climático. Por ejemplo, Estados Unidos proporciona el 50% de la ayuda alimentaria de la ONU y paga un 20% de los costes generales de la organización. China, que pronto será la segunda economía mundial, paga apenas un 0,7% y un 2%, respectivamente. Japón ha mostrado liderazgo en todas estas áreas, pero pocos otros países de la región han demostrado un sentido similar de responsabilidad  global.

Los estados asiáticos también deberían fortalecer las estructuras regionales de Asia-Pacífico, como la APEC y el Foro Regional ASEAN, con el fin de asegurar una mejor colaboración en temas de interés regional y global. Aunque los estados del área Asia-Pacífico han avanzado mucho en este aspecto, las estructuras regionales están muy lejos de poseer la solidez de las euro-atlánticas. Deben llegar a serlo para que el siglo veintiuno sea realmente el siglo de esa región.

Hasta que esos cambios ocurran, muchos retos quedarán sin respuesta debido a la fisura que se abre entre una Pax Americana fatigada y un mundo cuyos polos de poder se reordenan. Debido a la incapacidad del mundo para abordarlos con eficacia, problemas como los de Birmania, Corea del Norte, Darfur, Zimbabue, el cambio climático y la proliferación nuclear parecen estar cayendo en ese vacío.

Todas las naciones deben trabajar juntas para revisar nuestros modelos de cooperación internacional de un modo que incorpore el cambio global del poder económico. Hasta que surja esta estructura, esperemos que Estados Unidos pueda liderar con sabiduría y que otros países, particularmente las nuevas potencias de Asia, asuman responsabilidades más significativas en la gestión de las crisis globales.

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