Asia en el mundo

NUEVA YORK – Antes de asumir como secretario general de la ONU, era un diplomático asiático. Mientras fui ministro de Relaciones Exteriores de la República de Corea, mi gobierno y yo defendimos fuertemente la tregua con el Norte. Cuando algunos en el mundo reclamaban sanciones y una acción punitiva, Corea del Sur defendió el diálogo.

Eso exige hablar pero también escuchar. Significa aferrarse a principios, pero también intentar entender a la otra parte, por más irracional o intransigente que pudiera parecer por momentos.

Ese sigue siendo mi estilo en las Naciones Unidas. Creo en el poder de la diplomacia y el compromiso. Priorizo el diálogo por sobre el debate o la declaración. Por sobre todo, busco resultados.

Estamos haciendo justamente eso ahora en Myanmar. Mi asesor especial, Ibrahim Gambari, ha regresado a Yangon. Sus instrucciones son las de ser el intermediario honesto, el facilitador de un diálogo entre el gobierno y los líderes de la oposición, particularmente Aung San Suu Kyi. El objetivo es que el gobierno de Myanmar libere a todos los estudiantes y manifestantes detenidos, dialogue con la oposición, avance hacia una sociedad más democrática y vuelva a formar parte de la comunidad internacional.

Este tipo de diplomacia no es ni rápida ni fácil. Rara vez hay aplausos y, muchas veces, ninguna evidencia externa de movimiento. Es un proceso tranquilo y doloroso detrás de escena. Hay que recurrir a los teléfonos y persuadir a los líderes mundiales de que hagan esto o aquello. Es una sinfonía –a veces no muy armoniosa- de pequeños pasos que, uno espera, conducirán a algo más grande.

Uno no espera nada. Sólo tiene que seguir intentando, seguir presionando. Tal vez funcione, tal vez no. Entonces uno intenta un poco más, de una manera diferente, apuntando al mismo tiempo a cierto progreso, aunque pequeño, que haga el próximo paso posible.

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Estamos en esta instancia en Darfur. Pasé cientos de horas trabajando detrás de puertas cerradas con varias partes del conflicto –el gobierno de Sudán, los líderes rebeldes, los países vecinos y los socios de la Unión Africana-. Mientras tanto, seguimos adelante con una de las operaciones de paz más complejas de nuestra historia, alimentando y protegiendo a cientos de miles de desplazados y patrocinando dificultosas negociaciones de paz en Libia.

Pero aunque defienda mi tipo de diplomacia “asiática”, por momentos me siento un tanto solo como asiático en la mesa redonda diplomática de la comunidad internacional.

Nosotros los asiáticos vivimos en el continente más grande del mundo, con la población más grande del mundo y sus economías de más rápido crecimiento. Tenemos una historia rica y culturas antiguas. Sin embargo, nuestro rol en los asuntos internacionales es mucho menor de lo que podría, y debería, ser.

El aporte de Asia a las Naciones Unidas, aunque importante, podría ser mayor. Su asistencia humanitaria, para decirlo de manera decorosa, es menos que generosa. Somos el único continente donde la integración regional y los mercados comunes no echaron raíces.

Los latinoamericanos y los norteamericanos sueñan con crear una zona de libre comercio. Los europeos hablan de construir un Estados Unidos de Europa. La Unión Africana aspira a convertirse en un Estados Unidos de Africa. ¿Por qué un Estados Unidos de Asia?

Existen muchas razones por las que Asia es diferente: la historia, la diversidad cultural, las disputas territoriales y políticas no resueltas, una falta de experiencia multilateral y el predominio de uno o dos centros de poder. Pero la razón principal es que no lo hemos intentado.

Asia no hace justicia consigo misma. Como secretario general asiático, espero ver este cambio. Espero ver que Asia está mejor integrada y más comprometida internacionalmente.

Y particularmente espero grandes cosas de mis compatriotas coreanos, un pueblo admirable que salió adelante solo. Espero ver que Corea asume una mayor responsabilidad en el mundo, acorde a su creciente influencia económica –especialmente en el área de desarrollo, uno de los tres pilares de la Carta de la ONU-. Los coreanos necesitan dar un paso al frente, expresar sus opiniones abiertamente y hacer más, y eso debería empezar por una asistencia oficial más generosa en materia de desarrollo.

Los coreanos ya han manifestado su inclinación por la diplomacia multilateral y la resolución de los conflictos a través de conversaciones entre seis partes. Ahora ellos, y los asiáticos en general, necesitan poner en práctica sus habilidades y sus triunfos en las cuestiones globales más apremiantes de hoy.

Esa no es sólo mi esperanza, también es la obligación de Asia.

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