El último hurra por Arafat

En su prolongada agonía, Yasser Arafat cumplió su último deber con la causa palestina a la que dedicó toda su vida. Todo lo que se refiere a este hombre fue, en efecto, prolongado. Llevó a cabo una prolongada guerra de liberación nacional. Resistió una serie de sitios prolongados --en Amman (1970), Beirut (1982) y en Ramallah (2002-2004). El liderazgo de Arafat fue el más prolongado entre sus contrapartes del mundo árabe ya que sobrevivió a tres presidentes egipcios (Naguib, Nasser, Sadat y compartió el cuarto de siglo de Mubarak), cinco presidentes libaneses, tres iraquíes, cinco argelinos, tres sirios, tres monarcas saudíes y dos en Marruecos, para no hablar de otros líderes mundiales, desde Eisenhower hasta Bush en los EU, desde de Gaulle a Chirac en Francia y desde Mao hasta su tercer sucesor en China. Tal vez ningún otro personaje político vivo haya conocido y sobrevivido a tantos líderes mundiales.

Pero el legado de Arafat no sólo tiene que ver con la duración. Se ha dicho con frecuencia, correctamente, que Arafat fue una bendición relativa para su pueblo. El destino de ambos ha estado íntimamente ligado a su casi destrucción en ciertos momentos. Durante varias décadas después de la usurpación de su tierra, se vieron reducidos a refugiados. Algunos permanecieron en el nuevo estado de Israel como ciudadanos de segunda clase y otros se desperdigaron por todo el mundo árabe y más allá. Fue Yasser Arafat, a través de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) que él fundó, quien les dio un sentido de identidad como pueblo.

Sin importar su efectividad, el conflicto armado que emprendió la OLP les dio fuerza a los palestinos y reafirmó un sentimiento de dignidad colectiva y amor propio entre ellos. Su causa ya no sería ignorada. Ningún otro tema moderno ha sido objeto de tantas resoluciones de la ONU y de tanta diplomacia internacional.

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