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Primaveras de esperanza árabe eternas

ESTOCOLMO – La Primavera Árabe que comenzó el 17 de diciembre de 2010 es un tema un tanto incómodo diez años después. Rara vez un enorme estallido de esperanza resultó en tanta desilusión –y en una confusión tan profunda sobre lo que depara el futuro.

En 2002, el Informe de Desarrollo Humano Árabe patrocinado por las Naciones Unidas pronunció sus crudas conclusiones iniciales, revelando una región que estaba rezagada respecto del resto del mundo y donde las aspiraciones de los jóvenes y educados ya no se podían cumplir. Una reforma era obviamente necesaria, pero no sería inminente. Ocho años más tarde, las condiciones estaban dadas para una revolución. Cuando llegó, comenzó en Túnez, donde un vendedor ambulante, harto de los abusos mezquinos de un sistema corrupto, se inmoló.

El foco enseguida viró al centro del mundo árabe, Egipto. Cuando el dictador envejecido de ese país, Hosni Mubarak, arrojó la toalla frente a los cientos de miles de personas que manifestaban en la Plaza Tahrir de El Cairo, la perspectiva de una revolución democrática en el mundo árabe de repente estaba a la vista. Egipto parecía estar listo para una transición democrática genuina, con un posible retorno a las tradiciones de pluralismo político y una clase media que anhelaba una sociedad más abierta y un sistema político más estable y representativo.

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