kofi annan 1990s un peacekeeping missions Hocine Zaourar/AFP/Getty Images

En defensa de las Naciones Unidas

PARÍS – Era el otoño de 2001, en algún momento entre los atentados terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos y la invasión de Afganistán por parte del presidente norteamericano George W. Bush. Yo estaba caminando por Venecia con Richard C. Holbrooke, que había sido embajador de Estados Unidos ante las Naciones Unidas en la presidencia de Bill Clinton. El celular de Holbrooke sonó. Del otro lado de la línea estaba el entonces secretario general de las Naciones Unidas Kofi Annan.

Holbrooke esperaba la llamada. Él y Annan hablaron con la confianza cálida nacida de su cooperación durante el segundo mandato de Clinton. Annan, una especie de papa civil, había forjado una alianza con Holbrooke, el diplomático maestro que había sido instrumental en el fin de la guerra de Bosnia. Era una alianza que ambos consideraban esencial para la paz y la estabilidad global.

Esta dinámica de cooperación trascendió a Annan y Holbrooke. Las Naciones Unidas, en su carácter de símbolo por excelencia de la legitimidad internacional y el régimen de derecho, y Estados Unidos, como la representación del poder y la fuerza pragmáticos, tenían una suerte de alianza. Ahora que lamentamos la muerte reciente de Annan, quizá también debamos echar de menos esa alianza –y, más fundamentalmente, lamentar la aniquilación del prestigio global de las Naciones Unidas desde la partida de Annan en 2007.

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