Cien días de soledad

SANTIAGO – Cuando la violencia estalló en Ucrania y los manifestantes empezaron a morir a manos de las fuerzas de seguridad, la Unión Europea amenazó con imponer sanciones a las autoridades ucranianas responsables de emplear "violencia y uso excesivo de fuerza". El presidente Viktor Yanukovich huyó de Kyiv, abandonando su zoológico privado -con cabras y cerdos exóticos- y también a los ministros de relaciones exteriores de Alemania, Francia y Polonia, quienes se encontraban en dicha ciudad intentando lograr un acuerdo que pusiera fin a la violencia.

Sin embargo, cuando la violencia estalló casi simultáneamente en Venezuela y los manifestantes también empezaron a morir a manos de las fuerzas de seguridad, la Organización de Estados Americanos alzó la voz para anunciar que.... no iba a alzar su voz. La solución del problema depende de la propia Venezuela, afirmó la OEA. Ningún ministro latinoamericano de relaciones exteriores ha ido a Caracas a denunciar la represión o exigir el fin de la violencia. Mientras tanto, el número de muertes sigue subiendo.

Este contraste pone de manifiesto algo que ya todos sabemos: las instituciones latinoamericanas son aún más débiles que las europeas. Pero también revela algo más: una ética lógicamente distorsionada que condena a los gobiernos y sus líderes a permanecer en silencio ante la agresión, la represión e incluso la muerte, porque decir algo significaría "intervenir" en los problemas internos de otro país.

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