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Una estrategia asiática para Irán

SINGAPUR − Cuando la agitación actual que rodea a las elecciones iraníes finalmente termine, Occidente probablemente se aleje habiendo hecho un simple juicio en blanco y negro: ganaron los malos. Por supuesto, Occidente hizo lo correcto al respaldar a los buenos, los manifestantes callejeros. En consecuencia, Occidente no necesita cargar con ninguna responsabilidad por el resultado.

La tragedia de este tipo de razonamiento es que no permite ninguna complejidad o sutileza moral y política, y eso es exactamente lo que hará falta si han de resolverse los muchos problemas en torno de Irán. Es más, si Mahmoud Ahmadinejad sigue siendo el presidente de Irán, Occidente una vez más recurrirá a su método habitual de entenderse con los regímenes poco amistosos: imponer más sanciones. Pero esto conduciría a una tragedia aún mayor.

La única lección clara que surge de la polémica elección presidencial de Irán es que el país tiene una sociedad civil vibrante y por cierto dinámica. Muchos iraníes valientes estaban dispuestos a arriesgar sus vidas para defender sus creencias. Su capacidad para hacerlo confirma que Irán no es un estado totalitario cerrado como Corea del Norte. A pesar de muchos años de gobierno de un establishment teocrático (o quizá por esa razón), las mentes iraníes se mantienen abiertas y comprometidas.

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