En busca de la tierra prometida

LONDRES.– En el punto culminante de los levantamientos árabes de la primavera pasada, muchos europeos se atormentaron con la pesadilla de un tsunami de inmigrantes que barría las costas del continente. La ola nunca llegó, pero su fantasma alimentó un tenaz populismo antiinmigratorio, que ha ocultado una importante nueva tendencia: las migraciones hacia Europa –y los Estados Unidos– en gran medida se han estancado. En muchos países, son más los inmigrantes que parten que los que llegan, principalmente debido a la crisis económica que ha reducido la cantidad de puestos de trabajo en occidente.

Esa reversión es una de las grandes historias con menor difusión de 2011 (y de los dos años anteriores). Los números son sorprendentes. Piensen en España, camino a perder más de medio millón de residentes en 2020. Por el contrario, entre 2002 y 2008, la población española creció en 700 000 personas al año, impulsada principalmente por la inmigración. Las tendencias son similares en el resto de Europa.

Si bien este hecho por sí solo no acallará a los oponentes de la inmigración, proporciona aire a los países para reparar y fortalecer unos sistemas muy dañados de recepción e integración para los recién llegados. Si bien los países occidentales con poblaciones en rápido envejecimiento son incapaces de atraer los inmigrantes que necesitan, permiten que millones que ya están allí sufran discriminación y abusos. Las detenciones y deportaciones a veces ocurren en condiciones terribles. Mientras tanto, la comunidad internacional falla conjuntamente a la hora de proteger a vastas poblaciones de inmigrantes vulnerables, como los millones abandonados a su suerte por los recientes conflictos en África del Norte.

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