Después de las armas de agosto

Oriente Medio es un lugar donde el polvo rara vez se asienta. Cuando ocasionalmente lo hace, incluso por un breve intervalo –tal como parece aseverar la Resolución 1701 de las Naciones Unidas para el cese de hostilidades en el Líbano-, es un buen momento para evaluar los acontecimientos con la esperanza de que un debate responsable pueda influir en quienes están en el poder.

Empecemos por Estados Unidos. El presidente George W. Bush no escatimó ni en iniciativas ni en consignas y acrónimos pegadizos. Los últimos años están plagados de ellos: “Guerra global contra el terrorismo” (GWOT), “Hoja de ruta”, “Iniciativa de asociación en Oriente Medio” (MEPI), “Iniciativa del Gran Oriente Medio y Norte de Africa” (BMENA) –originalmente “Iniciativa del Gran Oriente Medio” (GMEI)-, Diálogo Asistido por Democracia (DAD) y demás. Su última ensoñación, vislumbrada en el fragor de los recientes combates entre Israel y Hezbollah, fue el Nuevo Oriente Medio (NME), donde los clientes de Estados Unidos, Israel, Egipto, Jordania y Arabia saudita, sirven como pilares del orden regional.

Sin embargo, al igual que todas sus iniciativas anteriores desde los atentados terroristas en Nueva York y Washington hace ya casi cinco años, la iniciativa NME se topó con problemas desde el arranque. La secretaria de Estado Condoleeza Rice anunció su nacimiento al mismo tiempo que rechazaba un cese del fuego inmediato en el Líbano. Su anuncio inoportuno hizo que la iniciativa pareciera desalmada, en un momento en que miles de civiles eran desarraigados, asesinados o mutilados por la artillería y la fuerza aérea eficiente pero despiadada de Israel.

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