La amarga cosecha de África

Souley Madi es uno de los más productivos cultivadores de algodón en Badjengo Camerún, una zona en la que los exuberantes bosques del África central dan paso al semiárido Sahel. Gracias a una combinación de calor intenso y lluvias sahelianas periódicas, Madi produce siempre un algodón limpio y de primera calidad en las suaves colinas que rodean su complejo agrícola cercado.

Pero, cuando se acerca la próxima estación de cultivo, Madi, que cuenta 40 años de edad, afronta una decisión difícil: ¿cuánto algodón debe cultivar este año? Los precios del algodón fueron tan bajos el año pasado, que Madi redujo su superficie cultivada. El año pasado ganó menos con el algodón que el año anterior y mucho menos que hace cinco años. "Estoy furioso, pero, ¿qué puedo hacer?", pregunta.

Este año, puede que Madi cultive menos algodón, pese a que ese cultivo es la principal fuente de ingresos para él, sus dos esposas y sus cinco hijos. En una parte de su tierra, ahora cultiva maíz y cacahuetes, en lugar de algodón.

Pero el algodón ofrece en potencia el mejor rendimiento, porque tiene valor en efectivo en el mercado internacional y se puede almacenar durante largos periodos de tiempo. Como millones de otros agricultores africanos de algodón, Madi tiene ventajas respecto de otros cultivadores de algodón de otras partes del mundo. La tierra le cuesta poco, como también son bajos los costos laborales, ya que recurre a sus familiares y amigos para escardar y recoger la cosecha.

Tampoco necesita una maquinaria cara para plantar las semillas; utiliza ganado para arar y planta las semillas en la tierra con sus propias manos. Una empresa algodonera de propiedad estatal recoge su algodón de forma relativamente eficiente, lo limpia en unas instalaciones cercanas para producir las hilas, que después vende en el mercado internacional, y por lo general paga a Madi pronta y justamente.

Los beneficios de Madi le permiten mantener a sus hijos en la escuela, incluso en plena recolección del algodón. Como él mismo recibió la enseñanza secundaria, está convencido de que sus hijos tendrán una vida mejor gracias a la educación. Sabe que el futuro de sus hijos depende de unos mejores precios para el algodón.

Subscribe to PS Digital
PS_Digital_1333x1000_Intro-Offer1

Subscribe to PS Digital

Access every new PS commentary, our entire On Point suite of subscriber-exclusive content – including Longer Reads, Insider Interviews, Big Picture/Big Question, and Say More – and the full PS archive.

Subscribe Now

Pero unas fuerzas que Madi no puede controlar –y que ni siquiera conoce– están conteniendo los precios del algodón y creando una saturación del mercado mundial que es en gran medida consecuencia de las políticas aplicadas por los gobiernos más ricos del mundo. El Gobierno de los Estados Unidos paga miles de millones de dólares a los cultivadores de algodón, principalmente en California, Texas y Misisipi. La Unión Europea también contribuye a la bajada de los precios del algodón, al pagar a los cultivadores de Grecia mil millones de dólares al año para que lo cultiven con pérdidas.

Esas subvenciones son un escándalo mundial y, sin embargo, parece probable que esos cuantiosos pagos a cultivadores americanos y griegos de algodón, en gran medida adinerados, persistan durante muchos años. La mejor oportunidad de acabar pronto con las subvenciones del algodón se perdió el pasado mes de diciembre, cuando los países africanos, ayudados por la India y el Brasil, presionaron intensamente en pro de la eliminación de las subvenciones al algodón, en la reunión de la Organización Mundial del Comercio celebrada en Hong Kong. Los Estados Unidos y Europa ofrecieron sólo una reducción simbólica, con lo que frustraron la posibilidad de lograr un acuerdo.

Ahora la única posibilidad de poner fin a las subvenciones del algodón es la de convencer de algún a modo a los dirigentes de los Estados Unidos y de Europa para que ayuden a los campesinos africanos reduciendo los pagos a sus cultivadores de algodón. Para el año que viene está prevista una revisión de lo que los americanos llaman "el programa agrícola". Sin embargo, el poderoso grupo de presión de los algodoneros de los EE.UU. no quiere cambios en el nivel de pagos. Los cultivadores europeos también quieren mantener los niveles actuales de subvenciones y los miembros de la UE dicen que no es probable que apliquen reducciones antes del final de este decenio.

Si se suprimen las subvenciones, los precios del algodón subirán, tal vez hasta un 15 por ciento. "Constituye una oportunidad de entrada de dinero para el africano particular", dice Daniel Sumner, economista y experto en algodón de la Universidad de California.

Los funcionarios encargados del comercio en los EE.UU. y en Europa dicen que dejarán de alentar a los cultivadores a producir en exceso y que pondrán fin a los programas que subvencionan concretamente las exportaciones. Sin embargo, para los africanos esos cambios son cosméticos, pues poco o nada contribuirán a subir los precios del algodón.

Los africanos están intentando obtener el máximo posible de una mala situación. En algunas partes de África, los cultivadores de algodón están aumentando la producción, con lo que demuestran que, si los EE.UU. y Europa hicieran algo para reducir su producción de algodón, los africanos podrían colmar ese vacío. En Uganda, donde las guerras civiles en los decenios de 1970 y 1980 devastaron la agricultura, los cultivadores de algodón están volviendo a producir en gran escala. En Zambia, la producción de algodón aumenta vertiginosamente. En los dos países, los inversores extranjeros están abriendo instalaciones para la limpieza del algodón y ayudando a los cultivadores.

En Camerún, donde el algodón es la principal fuente de ingresos para casi cinco millones de personas, se obtuvieron recolecciones sin precedentes el año pasado y el antepasado. "Nuestros agricultores son muy industriosos y disciplinados y están comprometidos con la calidad", dice Ali Batour, gerente de Sodecoton de Camerún, la empresa comercializadora de propiedad estatal. "Merecen un precio justo".

Pero Souley Madi está resignado a recibir precios injustos por el algodón, tal vez durante mucho tiempo. Durante la última recolección, cuando los 47 º de calor obligaron a él, al cabo de unas horas, a sus esposas y a su madre a dejar de recoger algodón, volvió a su casa a ocuparse de sus patos. Recientemente, comenzó a criar un rebaño y en la pasada Navidad ganó el equivalente de 70 dólares con la venta de 18 de ellos.

Al tiempo que se da una palmada en la frente, Madi insiste: "Estamos esperando que cambie la situación". Cuánto tiempo habrá que esperar, "depende", dice, "de Dios".

https://prosyn.org/eGjpNcOes