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Sangre en la arena

NUEVA YORK – La magnitud del fracaso estadounidense en Afganistán es sobrecogedora. No es un fracaso de los demócratas o los republicanos, sino el prolongado fracaso de la cultura política estadounidense, reflejado en la falta de interés de sus responsables por entender a las sociedades diferentes... y es típico en exceso.

Casi todas las intervenciones militares estadounidenses modernas en países en vías de desarrollo se vinieron abajo. Cuesta encontrar una excepción desde la guerra de Corea. En la década de 1960 y la primera mitad de la década de 1970, EE. UU. combatió en Indochina —Vietnam, Laos y Camboya— para retirarse finalmente derrotado después de una década de atroz carnicería. El presidente Lyndon B. Johnson, un demócrata, y su sucesor, el republicano Richard Nixon, comparten la culpa.

En aproximadamente la misma cantidad de años, EE. UU. llevó al poder a dictadores en toda América Latina y partes de África, con consecuencias desastrosas que se prolongaron durante décadas. Pensemos en la dictadura de Mobutu en la República Democrática del Congo después del asesinato de Patrice Lumumba, que contó con el respaldo de la CIA a principios de 1961; o en la asesina junta militar del general Augusto Pinochet en Chile, después del golpe apoyado por EE. UU. contra Salvador Allende en 1973.

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