La guerra del Iraq ha provocado una división entre la Europa "vieja" y la "nueva" y ha creado tensiones sin precedentes en la relación entre los Estados Unidos y Europa. Durante casi 60 años, la asociación atlántica ha sido una fuerza positiva no sólo para Europa y Norteamérica, sino también para el mundo. ¿Es irreversible la ruptura de esos lazos o se puede recuperarlos?
Las relaciones se han desintegrado con una rapidez alarmante. En el período posterior al 11 de septiembre, incluso los periódicos franceses publicaron titulares en los que se decía "Todos somos americanos". Parecía que nuestro punto de vista fundamentalmente común y nuestros tan cacareados valores compartidos se habían reafirmado.
Al cabo de un año, todo parecía distinto, en particular en Alemania. En tiempos, la asociación atlántica era un principio básico de la política exterior alemana... y, sin embargo, el Canciller de Alemania consiguió su reelección con un programa que se consideró antiamericano. Aunque se trataba de un sentimiento en parte tergiversado, estaba claro que Alemania no iba a apoyar una intervención militar en el Iraq.
Muchos alemanes se sienten divididos no sólo en relación con el Iraq, sino también con la guerra en general. Muchos de ellos opinan que la posición de Alemania representa un sentimiento pacifista, más que antiamericano. Puede que tengan razón. Alemania ha cambiado en el último decenio, al enviar tropas para el mantenimiento de la paz a Somalia, Bosnia, Timor Oriental, Kosovo, el Cáucaso, Macedonia y, a raíz del 11 de septiembre, al Afganistán. Pero ninguna de esas tropas ha combatido en una guerra.
Un examen más detenido de ese problema indica que la división en relación con el Iraq no es un simple incidente aislado, sino que refleja diversos problemas profundamente arraigados. La lista de cuestiones sobre las cuales sostienen ahora opiniones diferentes Europa y los Estados Unidos es mayor de lo que fue durante toda una generación.
Hay discordancia en materia de defensa y una irritación en aumento en los Estados Unidos respecto de la llamada Iniciativa Europea de Defensa, que consideran una pose presuntuosa. Los Estados Unidos ven una reducción de los presupuestos europeos para la defensa, acompañada de nuevas e innecesarias estructuras de mando, que simplemente duplican la estructura de mando existente en la OTAN.
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Sobre el Oriente Medio una diferencia de matiz ha llegado a ser un abismo enorme. Se enconan las controversias relativas al comercio. Hay profundas diferencias en materia de política medioambiental mundial y los Estados Unidos están en el banquillo de los acusados por su negativa a firmar el Protocolo de Kyoto.
Las divisiones culturales son también más intensas. Muchos europeos consideran retrógrado y repugnante el recurso a la pena capital en los Estados Unidos. Muchos americanos atribuyen a un antisemitismo latente la falta de un compromiso total de Europa con su causa antiterrorista.
En Europa, se están dando pasos hacia una mayor integración, si bien algunos europeos, en particular los británicos, están divididos sobre su conveniencia. Algunos defensores de la integración ven a una Europa unida como un interlocutor más fuerte de los Estados Unidos. Otros están motivados por el deseo de crear un centro de poder que rivalice con ellos, por poco realista que parezca.
Algunos comentaristas han empezado a señalar las opiniones diferentes de los Estados Unidos y Europa sobre la función del derecho internacional, por oposición al uso de la fuerza, con vistas a la resolución de controversias. Como Europa es militarmente insignificante, no es de extrañar -sostienen- que los europeos insistan en la diplomacia, en lugar de en la fuerza militar, como medio para resolver las controversias. Por otra parte, a nadie debe sorprender que los americanos se irriten cuando se intenta limitar su capacidad para aprovechar su hegemonía militar.
La verdad es que las diferencias transatlánticas existen desde hace mucho. Durante la guerra fría, quedaron en gran medida inhibidas ante la amenaza soviética y el reconocimiento por los europeos de que necesitaban a los Estados Unidos para hacer frente a esa amenaza. De hecho, resulta algo sorprendente que no se manifestaran antes más tensiones después del fin de la guerra fría.
El negativismo a ambos lados del Atlántico no contribuye a eliminar dichas tensiones. Aunque los Estados Unidos y Europa tienen, en efecto, cuestiones que resolver, existe en verdad el peligro de que la consideración de cualquier acontecimiento posible como presagio de una nueva escisión acabe contribuyendo a su cumplimiento. Hay demasiadas cosas en juego para permitir que se siga así.
Europa y los Estados Unidos siguen teniendo un punto de vista fundamentalmente común. Se pueden lograr más avances para abordar los problemas del mundo, si ambas partes adoptan una actitud de cooperación mutua que si ven las situaciones explosivas en el mundo como una oportunidad para intentar conseguir ventajas uno a expensas del otro. Y, al contrario, si la asociación atlántica se desintegra en una rivalidad u hostilidad, el mundo se volverá más peligroso.
¿Qué hay que hacer? Si existe voluntad política, se puede preservar y mantener la asociación. Eso significa que los encargados de la adopción de decisiones, a ambos lados del Atlántico, deben tener en cuenta siempre las consecuencias de sus decisiones (y de su lenguaje) en la relación. Naturalmente, no siempre será decisivo. Pero, si se lo considera siempre relevante, se pueden evitar los peores perjuicios.
Una propuesta concreta es la de que los gobiernos, a ambos lados del Atlántico, establezcan una conferencia permanente de funcionarios superiores para determinar los posibles problemas antes de que creen graves dificultades. Más vale prevenir que lamentar, por lo que una actuación temprana puede atenuar problemas que, de lo contrario, resultarían insolubles.
En un nuevo siglo inestable, la relación entre Europa y los Estados Unidos es más importante que nunca. Las polémicas, como la relativa al Iraq, no deben ser una sentencia de muerte para la relación, sino que se debe controlarlas para que le causen el menor daño posible. Se deben hacer todos los esfuerzos necesarios para que las disensiones futuras, que no dejarán de surgir, causen menos daños. Hay demasiadas cosas en juego para permitir que la asociación atlántica se tambalee.
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Many countries’ recent experiences show that boosting manufacturing employment is like chasing a fast-receding target. Automation and skill-biased technology have made it extremely unlikely that manufacturing can be the labor-absorbing activity it once was, which means that the future of “good jobs” must be created in services.
shows why policies to boost employment in the twenty-first century ultimately must focus on services.
Minxin Pei
doubts China’s government is willing to do what is needed to restore growth, describes the low-tech approaches taken by the country’s vast security apparatus, considers the Chinese social-credit system’s repressive potential, and more.
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La guerra del Iraq ha provocado una división entre la Europa "vieja" y la "nueva" y ha creado tensiones sin precedentes en la relación entre los Estados Unidos y Europa. Durante casi 60 años, la asociación atlántica ha sido una fuerza positiva no sólo para Europa y Norteamérica, sino también para el mundo. ¿Es irreversible la ruptura de esos lazos o se puede recuperarlos?
Las relaciones se han desintegrado con una rapidez alarmante. En el período posterior al 11 de septiembre, incluso los periódicos franceses publicaron titulares en los que se decía "Todos somos americanos". Parecía que nuestro punto de vista fundamentalmente común y nuestros tan cacareados valores compartidos se habían reafirmado.
Al cabo de un año, todo parecía distinto, en particular en Alemania. En tiempos, la asociación atlántica era un principio básico de la política exterior alemana... y, sin embargo, el Canciller de Alemania consiguió su reelección con un programa que se consideró antiamericano. Aunque se trataba de un sentimiento en parte tergiversado, estaba claro que Alemania no iba a apoyar una intervención militar en el Iraq.
Muchos alemanes se sienten divididos no sólo en relación con el Iraq, sino también con la guerra en general. Muchos de ellos opinan que la posición de Alemania representa un sentimiento pacifista, más que antiamericano. Puede que tengan razón. Alemania ha cambiado en el último decenio, al enviar tropas para el mantenimiento de la paz a Somalia, Bosnia, Timor Oriental, Kosovo, el Cáucaso, Macedonia y, a raíz del 11 de septiembre, al Afganistán. Pero ninguna de esas tropas ha combatido en una guerra.
Un examen más detenido de ese problema indica que la división en relación con el Iraq no es un simple incidente aislado, sino que refleja diversos problemas profundamente arraigados. La lista de cuestiones sobre las cuales sostienen ahora opiniones diferentes Europa y los Estados Unidos es mayor de lo que fue durante toda una generación.
Hay discordancia en materia de defensa y una irritación en aumento en los Estados Unidos respecto de la llamada Iniciativa Europea de Defensa, que consideran una pose presuntuosa. Los Estados Unidos ven una reducción de los presupuestos europeos para la defensa, acompañada de nuevas e innecesarias estructuras de mando, que simplemente duplican la estructura de mando existente en la OTAN.
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Las divisiones culturales son también más intensas. Muchos europeos consideran retrógrado y repugnante el recurso a la pena capital en los Estados Unidos. Muchos americanos atribuyen a un antisemitismo latente la falta de un compromiso total de Europa con su causa antiterrorista.
En Europa, se están dando pasos hacia una mayor integración, si bien algunos europeos, en particular los británicos, están divididos sobre su conveniencia. Algunos defensores de la integración ven a una Europa unida como un interlocutor más fuerte de los Estados Unidos. Otros están motivados por el deseo de crear un centro de poder que rivalice con ellos, por poco realista que parezca.
Algunos comentaristas han empezado a señalar las opiniones diferentes de los Estados Unidos y Europa sobre la función del derecho internacional, por oposición al uso de la fuerza, con vistas a la resolución de controversias. Como Europa es militarmente insignificante, no es de extrañar -sostienen- que los europeos insistan en la diplomacia, en lugar de en la fuerza militar, como medio para resolver las controversias. Por otra parte, a nadie debe sorprender que los americanos se irriten cuando se intenta limitar su capacidad para aprovechar su hegemonía militar.
La verdad es que las diferencias transatlánticas existen desde hace mucho. Durante la guerra fría, quedaron en gran medida inhibidas ante la amenaza soviética y el reconocimiento por los europeos de que necesitaban a los Estados Unidos para hacer frente a esa amenaza. De hecho, resulta algo sorprendente que no se manifestaran antes más tensiones después del fin de la guerra fría.
El negativismo a ambos lados del Atlántico no contribuye a eliminar dichas tensiones. Aunque los Estados Unidos y Europa tienen, en efecto, cuestiones que resolver, existe en verdad el peligro de que la consideración de cualquier acontecimiento posible como presagio de una nueva escisión acabe contribuyendo a su cumplimiento. Hay demasiadas cosas en juego para permitir que se siga así.
Europa y los Estados Unidos siguen teniendo un punto de vista fundamentalmente común. Se pueden lograr más avances para abordar los problemas del mundo, si ambas partes adoptan una actitud de cooperación mutua que si ven las situaciones explosivas en el mundo como una oportunidad para intentar conseguir ventajas uno a expensas del otro. Y, al contrario, si la asociación atlántica se desintegra en una rivalidad u hostilidad, el mundo se volverá más peligroso.
¿Qué hay que hacer? Si existe voluntad política, se puede preservar y mantener la asociación. Eso significa que los encargados de la adopción de decisiones, a ambos lados del Atlántico, deben tener en cuenta siempre las consecuencias de sus decisiones (y de su lenguaje) en la relación. Naturalmente, no siempre será decisivo. Pero, si se lo considera siempre relevante, se pueden evitar los peores perjuicios.
Una propuesta concreta es la de que los gobiernos, a ambos lados del Atlántico, establezcan una conferencia permanente de funcionarios superiores para determinar los posibles problemas antes de que creen graves dificultades. Más vale prevenir que lamentar, por lo que una actuación temprana puede atenuar problemas que, de lo contrario, resultarían insolubles.
En un nuevo siglo inestable, la relación entre Europa y los Estados Unidos es más importante que nunca. Las polémicas, como la relativa al Iraq, no deben ser una sentencia de muerte para la relación, sino que se debe controlarlas para que le causen el menor daño posible. Se deben hacer todos los esfuerzos necesarios para que las disensiones futuras, que no dejarán de surgir, causen menos daños. Hay demasiadas cosas en juego para permitir que la asociación atlántica se tambalee.