pa2395c.jpg Paul Lachine

Una unión monetaria más perfecta

VARSOVIA – La zona euro es considerada a menudo un experimento –una unión monetaria sin unión política. Los que argumentan esto parecen tener en mente un modelo de Estado individual, que tiene dos características principales: una limitada soberanía fiscal de los gobiernos locales y regionales y un presupuesto común sustancial del cual las regiones afectadas por fuertes choques asimétricos pueden recibir transferencias.

Los que afirman que la zona euro necesita una “unión política” parecen enfocarse en la segunda característica, a pesar del hecho de que las restricciones fiscales a los gobiernos locales son clara y típicamente un componente importante de los Estados individuales. En este sentido, ignoran el hecho de que el Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Europea ha sido en principio un componente importante de la unión política, no su sustituto. En efecto, los problemas fiscales actuales de la zona euro no son consecuencia de la falta de un presupuesto grande y común sino de una aplicación débil del Pacto.

Más fundamentalmente, las uniones monetarias –en un sentido más amplio- han existido no sólo dentro de los Estados individuales sino también en grupos de Estados soberanos, el patrón oro es el ejemplo más notable de la historia. La experiencia de dichas uniones monetarias ofrece dos lecciones. Primero, requieren de disciplina fiscal en los Estados miembros, el cual fue el caso con el patrón oro con su norma informal de presupuestos equilibrados. Segundo, existen sin que haya ninguna transferencia fiscal de alguna entidad central común porque dicha entidad no existía. En su lugar, un amplio margen de flexibilidad, incluido dentro de sus mercados laborales, facilitaba el ajuste a los choques asimetricos.

Es claro que no existe una posibilidad en el futuro inmediato de ampliar el presupuesto de la UE a fin de incrementar las transferencias fiscales a los miembros de la zona euro afectados por caídas abruptas en el consumo. Esto requeriría un nivel fortalecido de identidad europea, algo que las elites de la unión política no pueden generar artificialmente. No obstante, el punto crucial no es que un presupuesto común grande en la zona euro sea políticamente imposible de alcanzar sino que no abordaría el problema principal: la debilidad de los mecanismos que salvaguardan la disciplina fiscal en los Estados miembros.

En lugar de fijarse en el modelo incorrecto –el de un Estado individual- la UE y sus Estados miembros deben centrarse en las condiciones necesarias para un funcionamiento apropiado de una unión monetaria que no tiene un presupuesto común para compensar los choques asimétricos.

Primero, la máxima prioridad debe ser el fortalecimiento de los mecanismos destinados a prevenir las políticas pro-cíclicas y las grandes crisis fiscales. Para ello es necesario garantizar la credibilidad y la transparencia de las normas contables que definen los déficit presupuestarios y la deuda pública, mediante una supervisión más estrecha que también se centre en la formación de burbujas de activos que provocan recesiones profundas -y por ende, fuertes aumentos de los déficit presupuestarios- cuando estallan.

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Del mismo modo, la política monetaria del Banco Central Europeo debe estar más preparada poniendo atención a la formación de las burbujas de activos. Como la política monetaria común del BCE no se puede adaptar a las condiciones macroeconómicas de todos los Estados miembros, los países de la zona euro necesitan regulaciones macro prudenciales que tengan como objetivo reducir la excesiva ampliación del crédito. Mientras tanto, debe hacerse cumplir estrictamente el Pacto de Estabilidad y Crecimiento lo cual implica la utilización y el fortalecimiento de las sanciones disponibles.

Con seguridad, las iniciativas a nivel de la UE o de la zona euro no pueden sustituir  mecanismos más fuertes de disciplina en los Estados miembros, que en última instancia son  responsabilidad de los políticos y del público a nivel nacional. No obstante, las medidas en toda la UE que apuntan a garantizar la disciplina son necesarias para estimular el crecimiento de mecanismos de prevención en los Estados miembros, y dichas iniciativas son en gran parte dependientes de los países más grandes, que por consiguiente tienen una responsabilidad especial en los acontecimientos dentro de la zona euro y dentro de la UE.

Segundo, más allá de fortalecer las instituciones económicas, los países de la UE tienen que acelerar las reformas estructurales para impulsar sus perspectivas de crecimiento a largo plazo y facilitar un ajuste suave a los choques. Las primeras son necesarias para ayudar a los miembros de la Unión a quitarse su crecida deuda pública, mientras que el último les ayudaría a encarar el desempleo.

De las muchas medidas necesarias en esta área, las más importantes incluyen esfuerzos vigorosos para completar el mercado único, junto con el rechazo a cualquier precio al nacionalismo económico. Además, se tiene que dar un nuevo vigor a la Agenda de Lisboa con un enfoque central en las reformas de mercado, y la UE debe urgentemente reconsiderar medidas –en particular las relacionadas con la política climática y el cambio hacia una política social de toda la UE –que corren el riesgo de imponer cargas adicionales a sus economías y/o obstaculizar la flexibilidad de los mercados.

En este sentido, el estilo de las reformas fiscales es fundamentalmente importante. Como los miembros de la UE ya tienen grandes cargas fiscales, un mayor aumento de los impuestos debilitaría las fuerzas del crecimiento. Por lo tanto, la reforma fiscal debe enfocarse en la reducción del crecimiento de los compromisos de gasto, los cuales –dado el envejecimiento de las sociedades de la UE- tienen que incluir un aumento de la edad de jubilación.

Finalmente, los mercados laborales rígidos, y más generalmente, las restricciones regulatorias a los precios y a la respuesta de oferta de la economía, profundizan las reacciones de tipo recesivo a varios choques, y contribuyen al aumento del desempleo. Por consiguiente, la liberalización del mercado laboral debe ser una de las primeras prioridades y otra área en la que debe concentrar la Agenda de Lisboa vigorizada.

A las elites europeas les agrada hablar de la “solidaridad europea”, la “cohesión social” y el “modelo social europeo.” Sin embargo, la retórica no puede sustituir las reformas mencionadas aquí- u obviar la necesidad de dichas reformas.

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