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Una política comercial para la clase media no salvará a la industria manufacturera estadounidense

MILÁN – La política comercial de los Estados Unidos está a punto de experimentar una importante transformación. En un discurso reciente en la Brookings Institution, Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional del presidente Joe Biden, esbozó la estrategia de la administración para “construir un orden económico mundial más justo y duradero”. En el núcleo de este nuevo enfoque está la creencia de que, no obstante que el mundo ha cosechado los beneficios del libre comercio a lo largo de las últimas décadas, los trabajadores estadounidenses fueron tratados injustamente.

La primera evidencia que presenta Sullivan es que “la base industrial de Estados Unidos había sido desplazada”. Si bien la mayoría de los analistas se centran en la disminución de la participación de la industria manufacturera en el PIB (11% en 2021, en comparación con el 28,1% en 1953), la disminución de la manufactura también se refleja en la composición del comercio estadounidense. Más o menos a principios de siglo, los productos manufacturados representaban más del 80% de las exportaciones de mercancías de Estados Unidos. Para el año 2022, esta proporción se había reducido a menos del 60%.

Es poco probable que la globalización y el libre comercio fueran los principales catalizadores de esta desindustrialización del comercio estadounidense. Al fin y al cabo, la participación de la manufactura en las exportaciones se ha mantenido cerca del 80% en la Unión Europea y ronda entre el 93 al 95% en el caso de China. En comparación con otros grandes exportadores de países desarrollados, Estados Unidos es un caso atípico. Esto significa que el ascenso de China como la principal potencia manufacturera del mundo no es la causa de la disminución relativa de las exportaciones manufactureras estadounidenses.

Un factor más plausible es la combinación de los altos precios de la energía y el aumento de la producción de energía, en particular de petróleo y gas natural, la cual primero suplantó a las importaciones y luego proporcionó a Estados Unidos una fuente alternativa de ingresos de exportación. Los economistas se refieren a este fenómeno como la “enfermedad holandesa”, llamada así por el declive de la manufactura en los Países Bajos después de que el descubrimiento de campos de gas natural en el año 1959 condujera a ganancias inesperadas y a una rápida apreciación de la moneda.

Si bien los precios de la energía han bajado desde los máximos alcanzados el año 2022, dichos precios permanecen elevados, especialmente el del gas natural. Por lo tanto, se espera que el petróleo crudo y refinado, así como el gas natural continúen siendo los tres principales productos de exportación de Estados Unidos, y que los automóviles y los semiconductores ocupen el cuarto y quinto lugar, respectivamente.

La economía estadounidense también se beneficia de un sólido sector de servicios, incluyendo del dominio sin rival por parte de los gigantes de Silicon Valley, que representa una fuente de ingresos de exportación en rápida expansión. Las exportaciones de servicios están ahora casi a la par con las exportaciones de manufacturas, y Estados Unidos actualmente tienen un superávit grande y creciente en el comercio de servicios.

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En las últimas dos décadas, este cambio ha llevado a que una proporción cada vez mayor de recursos productivos se destinen a la extracción de recursos y servicios, desplazando a la industria manufacturera. Muchos europeos envidian a Estados Unidos por su auge de la energía de esquisto y su próspera industria tecnológica. Sin embargo, la otra cara del dominio estadounidense en dichos sectores fue la disminución relativa de la industria manufacturera nacional.

Por lo tanto, la afirmación frecuentemente citada sobre que el aumento de las importaciones procedentes de China provocó bolsas de desempleo y declive social en los lugares que conforman el corazón de Estados Unidos es engañosa. El aumento de las importaciones estadounidenses de productos manufacturados de China se debió a que los auges del esquisto y de la tecnología impulsaron el ingreso y el consumo nacionales. Las importaciones chinas fueron un síntoma de esta tendencia general y no la causa fundamental de los desafíos internos. La UE, una economía mucho más abierta que la estadounidense, no ha experimentado las mismas dislocaciones sociales, ni el desplazamiento de la industria manufacturera como resultado del “shock de China”, una prueba más de que China no tiene la culpa del declive de la industria manufacturera estadounidense.

El hecho es que ningún factor por sí solo puede explicar por completo un fenómeno complejo como el declive de la industria manufacturera. La proporción de la economía dedicada a la producción de bienes ha experimentado un declive secular en todo el mundo desarrollado. Lo que distingue a Estados Unidos es la contribución del sector a las exportaciones. Otros factores específicos de Estados Unidos, como el estado del sistema educativo estadounidense y la ausencia de programas de aprendices para capacitar a trabajadores en tareas manuales, también puede haber influido. Sin embargo, este cambio fue impulsado principalmente por fuerzas macroeconómicas.

La consecuencia obvia es que reactivar la industria manufacturera estadounidense a través de la política comercial será extremadamente difícil. Los aranceles dirigidos a bienes o categorías específicas sólo tienen una eficacia limitada, como lo demuestran los aranceles comerciales impuestos por el ex presidente estadounidense Donald Trump a productos chinos importados. Por esta razón, la administración Biden no está considerando imponer otros nuevos, aunque ha conservado los heredados de Trump. Los legisladores de hoy parecen favorecer las políticas de “Buy American” (Comprar productos estadounidenses) como su principal herramienta. Pero la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), la legislación emblemática de Biden, ilustra los límites de este enfoque.

Uno de los objetivos de la ley IRA es establecer una base industrial estadounidense para determinados minerales considerados de importancia crítica para la producción de baterías y energías renovables. Esto supone el fortalecimiento de la extracción de recursos que tenga relación con la industria manufactura. Pero, dado que la extracción de recursos es intensiva en capital y requiere menos trabajadores, aproximadamente 500.000 en comparación con los 11 millones que requiere el sector manufacturero, no es coherente depender del sector extractivo para la creación de más empleos en el sector manufacturero.

Para compensar el apoyo a la extracción de minerales, la ley IRA incluye generosos subsidios para la producción nacional de baterías, junto con requisitos de contenido local para vehículos eléctricos y energías renovables. Pero, aparte de los aranceles y los requisitos en materia de contenido local, es muy poco lo que la política comercial puede hacer para proteger al sector manufacturero estadounidense.

Es más, cualquier intento de fomentar un resurgimiento de la industria manufacturera estadounidense a través del acceso a energía barata creará sus propios vientos macroeconómicos en contra. Tener costos más bajos de energía podría proporcionar una ventaja temporal a la industria manufacturera de Estados Unidos. Pero a largo plazo, siempre será más rentable exportar directamente energía barata en lugar de usarla para producir bienes manufacturados, debido a que los ingresos procedentes de la energía barata harán que suban los ingresos y los salarios. Merece la pena recordar que el sector manufacturero holandés se contrajo debido a la abundancia de gas natural, y no a pesar de dicha abundancia.

Sullivan puede haber tenido razón con relación a su observación sobre que el libre comercio no ha beneficiado a los trabajadores estadounidenses. Pero es dudoso que la “política comercial para la clase media” de la administración Biden vaya a mejorar significativamente la situación de dichos trabajadores.

Traducción del inglés: Rocío L. Barrientos

https://prosyn.org/GudsKS8es