El mundo de ensueño de China

CLAREMONT, CALIFORNIA – Las élites gobernantes en casi todas partes – ya sea las de los gobiernos democráticos o de los regímenes autoritarios – creen que los eslóganes ingeniosos pueden inspirar a sus pueblos y legitimar su poder. Existen, por supuesto, diferencias cruciales. En las democracias funcionales, se puede responsabilizar a los líderes gubernamentales de las promesas que formulan: la prensa puede examinar sus políticas, se motiva a los partidos de oposición a que demuestren que el partido en el poder miente y hace trampas. Como resultado de ello, los titulares en los cargos se ven frecuentemente forzados a concretar al menos algunas de sus promesas.

Los gobernantes autocráticos, por el contrario, no se enfrentan a tales presiones. La censura de la prensa, la represión de la disidencia y la ausencia de una oposición organizada permite que los gobernantes se den el lujo de prometer lo que sea que deseen, sin sufrir consecuencias políticas por incumplir dichas promesas. El resultado es un gobierno de los formuladores de eslóganes, administrado por los formuladores de eslóganes y para los formuladores de eslóganes.

En la última década China parece haber perfeccionado esta forma de gobierno. El gobernante Partido Comunista Chino (PCCh), en respuesta a la creciente demanda de justicia social por parte del público, ha ideado numerosos eslóganes, como por ejemplo “gobernar para el pueblo”, “construir una sociedad armoniosa”, “desarrollo equilibrado”, “desarrollo científico”, y así sucesivamente.

Cada vez que la alta dirigencia de Pekín lanza tales eslóganes, estos se convierten en el grito de guerra de la burocracia. La masiva maquinaria de propaganda del partido se pone a toda marcha y cubre totalmente al país con un bombardeo publicitario que haría que la campaña publicitaria más extravagante en la Avenida Madison de Nueva York se asemeje a un juego de niños.

Pero el gobierno mediante los eslóganes, ya sea en China o en otras autocracias, rara vez logra los objetivos que declara. En la última década, el crecimiento del PIB se disparó, pero hubo un deterioro en la mayoría de los índices de justicia social, desempeño de gobernabilidad y bienestar público. Los desequilibrios macroeconómicos empeoraron al mismo tiempo que el crecimiento económico se tornó en excesivamente dependiente de la inversión y las exportaciones. La desigualdad empeoró. La corrupción oficial escaló. Se redujo la movilidad social. La degradación del medio ambiente llegó a un punto crítico.

En la actualidad el nuevo liderazgo de China, a cuya cabeza se encuentra el Presidente Xi Jinping, tiene la responsabilidad de evitar otra década de oportunidades perdidas. Sin perder el ritmo, Xi, al igual que sus predecesores, lanzó un nuevo eslogan para inspirar confianza popular en su liderazgo. Como moto para describir el objetivo de su administración, la frase “el gran renacimiento de la nación china” es un poco larga; sin embargo, últimamente la misma se transformó en una más simple: “el sueño chino”.

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La sustancia detrás del sueño chino continúa siendo difícil de determinar. La primera vez que Xi dio a conocer su eslogan, después de haber sido elegido como nuevo secretario general del PCCh, lo definió en términos simples, accesibles, pero que aún así son genéricos: “el pueblo chino sueña con vivir la misma buena vida que viven todos los demás pueblos del mundo”.

Xi ha dicho poco acerca del sueño chino desde aquel entonces – y su silencio ha causado problemas considerables. Los siempre recelosos funcionarios de China que están encargados de la propaganda, evidentemente temerosos de no demostrar suficiente lealtad y respeto por el nuevo jefe del partido, secuestraron rápidamente el eslogan: el sueño chino ha sustituido al “modelo chino” en la formulación de imágenes políticas. Lo que sea que la nueva administración haga se promociona como parte de su ambicioso esfuerzo por lograr que “el sueño chino” se haga realidad.

Desafortunadamente, los propagandistas de China, quienes actúan a la vez como censores, tienen una habilidad perversa para desacreditar cualquier asunto que tratan de posicionar como imagen. El sueño chino no es una excepción. Hasta ahora, la reacción del público ha ido desde la perplejidad a la burla. Después de una década de gobierno mediante eslóganes, el público chino quiere sustancia.

Esto pone a Xi ante un verdadero desafío. Ha llegado a la cima del poder debido a que ganó amigos y aliados dentro del PCCh. Ahora que él es el líder de una sociedad dinámica, diversa y cada vez más exigente, debe obtener el apoyo y confianza popular para mantener su credibilidad y convertirse en un político eficaz.

Lo primero que tiene que hacer Xi es articular una versión más clara, más específica e inspiradora de lo que significa el sueño chino, y debe dejar de permitir que los funcionarios del PCCh encargados de la propaganda lo definan por él. El sueño chino puede incluir todos los beneficios económicos y el confort material que desea el chino común, pero no estará completo sino incluye a los derechos humanos y a la dignidad que los ciudadanos de las sociedades civilizadas dan por sentado.

Lo segundo que Xi y sus colegas tienen que hacer es dar seguimiento a las políticas y acciones específicas que puedan reforzar la credibilidad de sus objetivos declarados. Los eslóganes políticos, a pesar de ser altisonantes, se tornan en obsoletos cuando quienes los proveen no cumplen con sus promesas.

Xi puede estar disfrutando aún de una luna de miel con el público chino, pero es probable que la misma dure poco. Sus predecesores tuvieron diez años para llevar a cabo reformas reales y lograron poco, lo que dejó a los chinos sin humor para soportar otra década de gobierno por santos y señas.

Traducido del inglés por Rocío L. Barrientos.

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