El crepúsculo de un Pontífice

Una vez más, el papa Juan Pablo II ha vuelto al hospital, gravemente enfermo. Incluso para no católicos como yo, ésta es una ocasión para reflexionar sobre lo que el mundo perderá cuando el cuerpo del Papa acabe sucumbiendo a sus dolencias.

La imagen que surge es mixta. Para quienes consideramos la caída del comunismo como un acontecimiento central en la historia del siglo XX, el Papa Juan Pablo es un héroe. En Polonia él fue el foco de todas las actividades de la sociedad civil. Mientras que en otros países, sobre todo en Rumania, pero también en lo que entonces era Checoslovaquia y Hungría, la opción en lugar del comunismo era un vacío o, en el mejor de los casos, unas cuantas organizaciones aisladas de la sociedad civil, Polonia tenía una fuente alternativa de legitimidad. Antes y después de su elección, el entonces Cardenal Wojtyla de Cracovia fue su representante más eficaz. Por lo tanto, la elección del Cardenal Wojtyla como Papa tuvo un significado mucho más allá de los confines de la Iglesia. De hecho, en lo personal a él no le gustaba la identificación de su iglesia con la sociedad civil. En una conversación protestó: "No, la Iglesia no es la sociedad civil, es la sociedad sagrada".

Esto apunta a otro aspecto del papado de Juan Pablo II, más relevante para los de adentro que para los de afuera. En cuestiones de doctrina y ética, Juan Pablo II representaba el punto de vista conservador. Fue el contrapunto del Papa Juan XXIII quien, a lo largo del Concilio Vaticano Segundo de 1960 y de muchas otras formas, intentó reconciliar a los católicos con la era moderna. El Papa Juan Pablo detuvo ese proceso e incluso intentó revertirlo. Por lo tanto, para los teólogos progresistas como Hans Küng fue y es una fuerza del antimodernismo, incluso de la contra-ilustración.

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