El baldazo de realidad de Mitt Romney

NUEVA YORK – Existe un tipo de guerra en curso en Estados Unidos hoy en día entre realidad y fantasía. La reelección del presidente Barack Obama marcó una victoria, limitada pero inconfundible, a favor de la causa de la realidad.

Los acontecimientos en los días previos a la elección presidencial estadounidense ofrecieron una clara ilustración de la contienda. Entre los altos colaboradores del candidato republicano Mitt Romney, se generó la idea de que estaba en la cúspide de la victoria. Su convicción no encontraba ningún sustento en los resultados de las encuestas. Sin embargo, la sensación cobró tanta fuerza que los colaboradores comenzaron a dirigirse a Romney como "Sr. Presidente".

Pero querer que eso fuera verdad no bastó para que lo convirtieran en realidad. Era lo más cercano a convertirse en presidente que puede haber estado Romney, y él aparentemente quería disfrutarlo mientras podía, aunque fuera prematuro. Luego, en la noche de la elección, cuando los canales de televisión proyectaban la derrota de Romney en Ohio y la reelección de Barack Obama, el equipo de campaña de Romney, en un acto más de negación, se negó a aceptar el resultado. Transcurrió una hora muy incómoda antes de que Romney aceptara la realidad y ofreciera un discurso amable donde admitía su derrota.

La misma indiferencia por la realidad ha sido el sello no sólo de la campaña republicana sino de todo el Partido Republicano en los últimos tiempos. Cuando la Oficina de Estadísticas Laborales emitió un informe en octubre donde se revelaba que la tasa de desempleo nacional se había mantenido "esencialmente sin cambios en un 7,9%", los operadores republicanos intentaron desacreditar a la Oficina, un ente sumamente respetado. Cuando las encuestas revelaban que Romney estaba rezagado respecto del presidente Barack Obama, intentaron desacreditar las encuestas. Cuando el Servicio de Investigación Parlamentaria (CRS por su sigla en inglés) -un organismo no partidario- informó que un plan impositivo republicano no serviría de nada a la hora de fomentar el crecimiento económico, los senadores republicanos ejercieron presión para que el CRS se retractara de su informe.

Esta negación a aceptar simples cuestiones fácticas refleja un patrón aún más amplio. Cada vez más, el Partido Republicano, que en algún momento fue un partido político bastante normal, se ha tomado licencia para vivir una realidad alternativa -un mundo en el que George W. Bush efectivamente encontró las armas de destrucción masiva que creía estaban en Irak; los recortes impositivos eliminan los déficits presupuestarios; Obama no sólo es musulmán sino que nació en Kenia y, por ende, debería ser descalificado para la presidencia; y el calentamiento global es una mentira pergeñada por un complot de científicos socialistas. (Los demócratas, por su parte, también tuvieron un pie en el terreno de la irrealidad).

De todas las creencias irreales de los republicanos, su negación absoluta del cambio climático inducido por el hombre fue, con certeza, la que tuvo más consecuencias. Después de todo, si no se ejerce ningún control, el calentamiento global tiene todo el potencial de degradar y destruir las condiciones climáticas que son la base e hicieron posible el ascenso de la civilización humana en los últimos diez milenios.

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Romney, como gobernador de Massachusetts, había manifestado aceptar la realidad del calentamiento global. Como candidato a presidente, en cambio, se sumó a los negadores -un cambio que quedó en evidencia cuando aceptó la nominación del partido en Tampa, Florida, en agosto-. "El presidente Obama prometió empezar a desacelerar la crecida de los océanos", le dijo Romney a la convención republicana, y luego hizo una pausa, con la sonrisa expectante de un comediante que espera que el público le festeje una broma.

Y así fue. La risa estalló y se hizo más fuerte. Romney la dejó crecer, y luego pronunció la frase de remate: "Y curar el planeta". La multitud se partió de risa. Tal vez fue el momento más memorable y lamentable en una campaña deplorable -un momento que, en la historia que ha de escribirse sobre el esfuerzo de la humanidad por preservar un planeta habitable, está destinada a la notoriedad inmortal.

Hubo una secuela asombrosa. Ocho semanas después, el huracán Sandy azotó las costas de Nueva Jersey y de la ciudad de Nueva York. Su ola de más de 4 metros de agua de mar fue consecuencia de una crecida del nivel del mar causada por un siglo de calentamiento global, y el azote y la intensidad de la tormenta fueron alimentados por las aguas marítimas más cálidas de un planeta que se calienta. Esa ola de realidad -que Alexander Solzhenitsyn alguna vez llamó "la fuerza despiadada de los acontecimientos"- hizo estallar la burbuja cerrada de la campaña de Romney, y sus paredes se agrietaron tan contundentemente como las del sur de Manhattan y Far Rockaway.

En la disputa entre realidad y fantasía, los hechos de repente tuvieron un poderoso aliado. El mapa político se reformuló de manera sutil pero con consecuencias. Obama entró en acción, ya no como un candidato sospechoso sino como un presidente confiable cuyos servicios la población afectada de la costa este tanto necesitaba. Ocho de cada diez votantes, como demostraron las encuestas, consideraron su desempeño favorablemente, y muchos declararon que la impresión influyó en el voto.

En un giro sorprendente y políticamente contundente, el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie, que había sido el primer orador en la convención republicana en la que Romney se había burlado de los peligros del calentamiento global, resultó ser uno de aquellos impresionados por la actuación de Obama, y lo dijo públicamente.

El mundo político norteamericano -no sólo los republicanos, sino también los demócratas (aunque en menor medida)- habían ignorado realidades enormes y ominosas. Pero esas realidades, como si hubieran escuchado y respondido, entraron en la lucha. Votaron anticipadamente, y bien pueden haber alterado el resultado. La Tierra habló, y los norteamericanos, por una vez, escucharon.

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