Unidos y desintegrados

STANFORD – Millones de personas en todo el mundo miraron por televisión los logros atléticos en los Juegos Olímpicos de Sochi y los retratos majestuosos de la historia y la cultura rusa en las ceremonias de apertura y clausura. Pero el costo fue inmenso; la presunta corrupción, desalentadora, y el contraste con la situación política en la vecina Ucrania, alarmante.

Después de estar dispuesto a firmar un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea, el ex presidente ucraniano Viktor Yanukovych optó, en cambio, por estrechar sus vínculos con Rusia, luego de una gigantesca presión del Kremlin, así como de una promesa de 15.000 millones de dólares en financiamiento. El resultado de esta decisión fueron tres meses de protestas y disturbios. Una votación parlamentaria despojó de poder a Yanukovych, un amante de la buena vida, y el hombre decidió huir a Rusia. La situación sigue siendo tensa y elocuente. Tropas rusas han ocupado Crimea, y los líderes europeos y estadounidenses están amenazando con imponer duras sanciones a Rusia si no respeta la soberanía de Ucrania.

Sin embargo, la desunión de Ucrania es evidente. El este de Ucrania tiene vínculos lingüísticos, culturales y económicos estrechos con Rusia, mientras que el oeste de Ucrania se inclina más hacia la Europa continental. Algunas regiones de Ucrania históricamente han sido parte de Rusia, Polonia o el Imperio Otomano. Pedro el Grande, cuya occidentalización de Rusia en el siglo XVIII quedó retratada en Sochi, combatió a los tártaros de Crimea, muchos de cuyos descendientes fueron enviados por Stalin a otras partes de la ex Unión Soviética. Algunos temen que Ucrania pueda dividirse.

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