leonard100_CHRISTOPHE PETIT TESSONPOOLAFP via Getty Images_macron CHRISTOPHE PETIT TESSON/POOL/AFP via Getty Images

El momento de Macron

PARÍS – Los días en que Europa le compraba energía a Rusia, externalizaba sus empresas en China y dejaba la seguridad en manos de Estados Unidos son cosa del pasado. La Unión Europea no deja de ser mortal y bien podría caer a manos de Vladímir Putin, Xi Jinping o Donald Trump... o de sus propios partidos populistas.

Esa fue la advertencia que profirió el 25 de abril en la Sorbona el presidente de Francia, Emmanuel Macron. Con gran estilo, y tomándose su tiempo, hizo un llamado a los ciudadanos franceses —de hecho, a todos los europeos— a despertar: no exagera quien afirme que la seguridad, prosperidad y cultura europeas están en peligro.

Con el fervor de un converso Macron afirma que en Ucrania no solo está en juego el futuro de ese país, sino también el de Europa: «La condición sine qua non para nuestra seguridad es que Rusia no gane la guerra de agresión contra Ucrania. Es algo fundamental». Aunque el Congreso estadounidense haya aprobado finalmente una ley de ayuda complementaria para Ucrania (además de Israel y Taiwán), los europeos deben reconocer que las prioridades de EE. UU. son solo dos: «América primero, que es legítima, y China».

Macron advierte que los europeos entraron en un mundo nuevo con más restricciones a las cadenas de aprovisionamiento de materias primas, donde los minerales críticos dependen de la geopolítica, la transición verde es cada vez más urgente y ni China ni EE. UU. respetan las normas del libre comercio. Y en el frente político deplora que los europeos sucumban cada vez más a las guerras culturales importadas: cuanto más incidan las narrativas extranjeras en la política, peor equipados estarán para moldear su futuro.

Fiel a su costumbre, Macron ofreció soluciones: los riesgos de seguridad se pueden mitigar con una iniciativa de misiles defensivos, armas de largo alcance y mejores capacidades informáticas, respaldada por una «economía de guerra» basada en el aumento de la producción militar y de alta tecnología, con financiamiento del Banco Europeo de Inversiones e instrumentos mutualizados de deuda de la UE. De manera similar, los problemas económicos europeos requieren una nueva política industrial, con metas de producción y preferencia por el «compre europeo» en sectores estratégicos como la defensa, tecnologías verdes, materias primas, semiconductores, tecnología digital y atención sanitaria.

El genio político de Macron ha sido siempre producto de un enfoque de laboratorio de ideas frente a los grandes problemas, y su análisis de las dificultades europeas es incisivo; pero sufre una maldición inversa a la de Midas: las políticas que abraza se tornan polémicas exactamente debido a ello. Aunque el equipo del presidente se enorgullece al señalar que varias de las ideas que mencionó en su discurso de 2017 en la Sorbona se implementaron, el propio Macron admite que Europa pudiera —y debiera— haber hecho mucho más. Si su objetivo es volver la vista atrás dentro de siete años y encontrar una mejor tasa de conversión, tendrá que cambiar de estrategia.

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En primer lugar debe dejar de limitarse a decir, y empezar a hacer; aunque sus declaraciones sobre la guerra de Ucrania han sido llamativas, la asistencia militar francesa va muy a la zaga de la alemana. Si Macron realmente hubiera querido demostrar determinación estratégica frente a Rusia, ya hubiera enviado personal militar francés para asistir a Ucrania en tareas no relacionadas con el combate, como EE. UU. y el Reino Unido.

En segundo lugar, Macron debe olvidarse de su tendencia «jupiteriana» a verse como el personaje principal del drama europeo. Lo ideal sería que se llevase lo suficientemente bien con el canciller alemán Olaf Scholz como para presentar conjuntamente sus ideas e impulsar así el concepto de un motor francogermano; pero, en ausencia de una relación bilateral constructiva (de lo que Alemania también es responsable), debiera esforzarse más para crear coaliciones con otros líderes, como el primer ministro polaco Donald Tusk, la primera ministra estonia Kaja Kallas, el primer ministro español Pedro Sánchez y la primera ministra italiana Giorgia Meloni.

En todos los problemas que identificó Macron en su discurso subyace una crisis del liderazgo europeo. Como me comentó recientemente un funcionario estadounidense, Macron es una especie de (joven) rey Lear: con solo unos pocos años de mandato y sin mayoría parlamentaria, ha entendido claramente al mundo... demasiado tarde. A veces hasta parece inclinarse hacia el vacío y llorar en él como Lear en el monte. Siempre es más fácil estar en lo cierto que acometer la ardua tarea de convencer a los demás.

Dicho eso, nunca hubo una oportunidad tan clara como esta para un «momento de Macron». No hace mucho la UE estaba dividida de manera rotunda entre los estados miembros orientales que, preocupados por Rusia, procuraban conseguir la protección estadounidense, y los occidentales, que no; pero desde su conversión damascena camino a Kiev, Macron ha demostrado ser un maestro para expresar las ansiedades de los miembros orientales; si alguien puede superar la brecha entre oriente y occidente en la UE, es él.

Además, la capacidad disuasoria nuclear francesa podría ser fundamental como reaseguro para los países asustados por la amenaza de que EE. UU. se retire de Europa si Trump regresa a la Casa Blanca en enero. Aunque la opositora de derecha, Marine Le Pen, viene obteniendo buenos resultados en las encuestas, su relación antagónica con la UE y estrecha relación con Rusia son debilidades que saltan a la vista. Si Macron logra encontrar un enfoque menos imperioso y que el dinero acompañe a sus palabras, podría crear una base política realmente duradera para sus ideas. Aquel Macron de hace siete años apenas hubiera podido soñar con ello.

Traducción al español por Ant-Translation.

https://prosyn.org/YEft9Pkes